In Persona Christi

A la venerada memoria de dos glorias
del clero sanrafaelino, que plantaron la Iglesia aquí,
los Padres Ernesto de Miguel -61 años sacerdote y
Basilio Winnyczuk -57 años sacerdote-.
A una gloria viviente del clero diocesano de San Rafael,
el Padre Victorino Ortego -70 años de ejercicio del ministerio sacerdotal-.


Es esencial la diferencia entre el sacerdocio del Antiguo Testamento y el del Nuevo. En el Antiguo Testamento el sacerdocio era hereditario, eran los miembros de la tribu de Leví. Es decir, se recibía el sacerdocio -levítico o aarónico- por sucesión hereditaria.

No ocurre así en el Nuevo Testamento. Nuestro Señor Jesucristo no es Sacerdote por sucesión hereditaria, no sucede al sacerdocio levítico (no ocupó su lugar), sino que, por el contrario, lo sustituyó, lo suprimió, lo abolió, lo abrogó. Porque su Sacerdocio es un Sacerdocio nuevo, es según el orden de Melquisedec (Heb 7, 11) y no según el orden de Aarón.

Así como Jesucristo no sucedió a nadie, nadie lo sucede a Él. Su sacerdocio no pasa a los otros por sucesión, ya que el sacerdocio de Jesucristo permanece para siempre: Tú eres sacerdote para siempre (Sl 109, 4). Es un sacerdocio eterno, vivo (Heb 7, 25), sin interrupción (Heb 7, 3). Nadie lo puede sustituir, nadie lo puede reemplazar, nadie lo puede mejorar, nadie lo puede interrumpir, nadie lo puede multiplicar. Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, es insustituible, irremplazable, inmejorable, ininterrumpible; uno, único e indivisible.

Pero, ¿acaso no participamos de las Misas celebradas por los sacerdotes, en la que concelebran, también, otros sacerdotes? Así es. Todos somos sacerdotes ministeriales. ¿Cómo no se multiplica el sacerdocio de Jesucristo siendo tantos? Así como la multitud de hostias no multiplican el único Cuerpo físico de Cristo, así como la multiplicidad de presencias del sacrificio de Cristo en las distintas Misas no multiplican el único sacrificio de la cruz, así la multitud de sujetos que participan del sacerdocio de Cristo no multiplican su único sacerdocio. Esto se da a entender -con toda la claridad que permite el claroscuro de la fecuando decimos que, el sacerdote ministerial, obra «in persona Christi».

1. El sacerdote del Nuevo Testamento obra «in persona Christi»

¿Cómo sabemos si el sacerdote ministerial obra in persona Christi? Porque así está revelado en la Sagrada Escritura, por ejemplo en 2Cor 2, 10; además es una expresión que fue muy usada por los Santos Padres: San Justino, San Cipriano, San Atanasio, San Hilario, San Ambrosio, San Agustín, San Jerónimo, San Cromacio de Aquilea, San Isidoro de Sevilla, etc.; y luego Pedro Lombardo, Inocencio III, Pedro de Poitiers, San Alberto Magno, San Buenaventura, Santo Tomás, etc., y Duns Scoto, Guillermo de Occam, Cayetano, Báñez, San Roberto Belarmino, Suárez, etc…[1] También es una expresión usada por los Concilios: de Florencia,[2] Vaticano II,[3] etc.; por el magisterio ordinario de Pío XI,[4] Pío XII,[5] Pablo VI,[6] Juan Pablo II,[7] etc.; por el Código de Derecho Canónico[8] y el Código de Cánones de las Iglesias Orientales.[9]

¿Qué queremos decir cuando afirmamos que el sacerdote obra in persona Christi? Fundamentalmente queremos decir cuatro cosas, a saber, que el sacerdote obra:

  • En nombre de Cristo;
  • con el poder de Cristo;
  • en lugar de Cristo; y
  • por identificación (sacramental) con Cristo.

2. En nombre de Cristo

Así como todos los bautizados somos una sola cosa con Cristo: Todos somos uno en Cristo (Ga 3, 28), todos los sacerdotes, por doble título, somos uno solo en Cristo Cabeza: «Todos somos uno en Cristo». En la Nueva economía salvífica hay un solo Sacerdote, los demás tan solo participamos de ese Sumo y Eterno sacerdocio. Hablando de la concelebración, dice Santo Tomás: «Si cualquier sacerdote obrase por propio poder, serían superfluos los otros celebrantes, siendo suficiente con uno. Pero como el sacerdote no consagra sino en persona de Cristo -y los muchos son uno en Cristo-, no importa si este sacramento es consagrado por uno o por muchos».[10] En otra parte dice: «en la consagración de este sacramento, habla en persona de Cristo, cuyo poder tiene por la potestad del orden. Y por eso, si un sacerdote separado de la unidad de la Iglesia celebra misa, como no pierde la potestad del orden, consagra el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo».[11] Por obrar el sacerdote en persona de Cristo, afirmamos que: «Creemos que ni el buen sacerdote hace más, ni el malo hace menos, pues no se realiza por el mérito del consagrante, sino por la palabra del Creador y el poder del Espíritu Santo»,[12] como enseña Inocencio III siguiendo a San Agustín [13]

3. Con el poder de Cristo

El que obra in persona Christi, obra con el mismo poder y con la misma eficacia del mismísimo Jesucristo: «Este sacramento tiene tanta dignidad que no se confecciona sino en persona de Cristo. Ahora bien, es necesario que todo el que hace algo en persona de otro lo haga por una potestad concedida por el otro. Por eso, así como al bautizado concede Cristo la potestad de tomar este sacramento, al sacerdote, cuando se ordena, se le confiere la potestad de consagrar este sacramento en persona de Cristo, en cuanto que se lo coloca en el grado de aquellos a los cuales dijo el Señor: Haced esto en memoria mía (1Cor 11, 24). Y por eso debe decirse que es propio de los sacerdotes el confeccionar este sacramento» [14]

4. En lugar de Cristo

En la Misa, la Víctima es la misma, sólo es distinto el modo de inmolarse: incruento. En la Misa, el Sacerdote es el mismo, sólo es distinto el modo de ofrecerse: por medio de los sacerdotes ministeriales; por eso estos obran in persona Christi, o sea, en lugar de Cristo, en vez de Cristo, en representación de Cristo: «Este sacramento es directamente representativo de la Pasión del Señor, por la cual Cristo se ofreció a Dios como sacerdote y hostia en el altar de la cruz. La hostia que el sacerdote ofrece es una con aquella que Cristo ofreció en la cruz -según la realidad-, porque realmente contiene a Cristo; pero el ministro oferente no es el mismo realmente, por lo cual es necesario que sea el mismo por representación. Por eso se dice más correctamente “esto es mi cuerpo”, que “esto es el cuerpo de Cristo”. También puede responderse que, como el sacerdote no tiene un acto exterior que sea sacramentalmente causa de la consagración, sino que la fuerza de la consagración consiste sólo en las palabras pronunciadas, por eso se profieren desde (por) la persona de Cristo, en cuya virtud se realiza la consagración» [15]

5. Por identificación (sacramental) con Cristo

In persona Christi quiere decir más que «en nombre», «con el poder», «en lugar de Cristo»; quiere decir «en la identificación específica, sacramental, con el “Sumo y Eterno Sacerdote”,[16] que es el Autor y Sujeto principal de este, su propio sacrificio, en el que -en verdadno puede ser sustituido por nadie. Solamente Él, solamente Cristo podía y puede ser siempre, verdadera y efectiva propiciación por nuestros pecados… y por los de todo el mundo[17]».[18]

Por eso: «(las palabras de la consagración) se dicen recitativamente y, a la vez, recitativa y significativamente. ¿Por qué? Porque el mismo sacerdote habla en persona de Cristo y obra como si Cristo estuviera presente, pues de otro modo las palabras no llegarían a la propia materia. ¿Por lo tanto qué? Hay que afirmar que una cosa ocurre en las palabras divinas y otra en las humanas, porque la palabra humana sólo es significativa, mientras que la divina es significativa y eficaz».[19] ¿Por qué son palabras eficaces, o sea, que realizan lo que significan? Porque al ser dichas in persona Christi son palabras divinas y «reciben su poder del poder divino, por eso, a la vez que dice, por el poder divino hace. De ahí que no sea una palabra sólo significativa, sino también eficaz (factiva)».[20]

En ningún otro sacramento se da tal identificación sacramental con Cristo, por dos razones: la primera es que en este sacramento se consagra la materia, mientras que en los demás se utiliza materia ya consagrada; y la segunda razón es que la consagración de la materia de los demás sacramentos es una bendición: «mientras que la consagración de la materia de este es una milagrosa conversión de la sustancia, que sólo Dios puede realizar. De ahí que el ministro no tenga otra acción, al hacerlo, más que proferir las palabras. Las formas de los demás sacramentos se profieren desde la persona del ministro, ya por modo de quien ejerce el acto como cuando se dice: “yo te bautizo” o “yo te confirmo”-; ya por modo de quien impera -como se dice en el sacramento del orden:

«recibe la potestad…»-; ya por modo de quien depreca -como cuando se dice en el sacramento de la unción: «por esta santa unción y por su bondadosa misericordia…»-. Pero la forma de este sacramento se profiere a partir de la persona misma de Cristo que habla, para que se dé a entender que, en la realización de este sacramento, el ministro no hace más que decir las palabras de Cristo».[21]

De modo tal que debemos ver al sacerdote, a quien le ha sido dado el poder de obrar in persona Christi, de forma parecida a como vemos la Eucaristía. Luego de la consagración vemos las apariencias de pan y de vino, pero sabemos que debajo de ellas están el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Así, de manera parecida, cuando vemos a los sacerdotes, altos o bajos, jóvenes o no tanto, simpáticos o distantes, santos o muy imperfectos, debemos trascender esas «apariencias» y saber que los sacerdotes son «una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor; (que) existen y actúan personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre».[22] En ellos está presente Cristo con su poder sacerdotal.

Por eso debemos rezar por todos los sacerdotes del mundo, para que mantengan siempre viva la conciencia de que obran en nombre de Cristo, con su poder, en su lugar, en su representación, identificándose con Él sacramentalmente.

Cada sacerdote debiera poder decir lo que dijo Juan Pablo II, al acercarse a sus 50 años de sacerdote: «En el arco de casi cincuenta años de sacerdocio, la celebración de la Eucaristía sigue siendo para mí el momento más importante y más sagrado. Tengo plena conciencia de celebrar en el altar in persona Christi».[23]


[1] Cfr. B.D. MARLIANGEAS, Clés pour une Théologie du Ministere (París 1978).

[2] DS 698.

[3] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium », 10, 28: «in persona Christi»; Constitución sobre la sagrada Liturgia «Sacrosanctum Concilium », 33; Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 2: «in persona Christi Capitis»; etc.

[4] DS 2275.

[5] DS 2300.

[6] Por ejemplo: Solemne Profesión de Fe (30 de junio de 1968) 24.

[7] Por ejemplo: Carta a todos los Obispos de la Iglesia sobre el misterio y el culto de la Eucaristía, 8; Catecismo de la Iglesia católica, nn. 875, 878, 1548.

[8] CIC, 900.

[9] CIC, 698.

[10] SANTO TOMÁS DE AQUINO, STh, III, 82, 2, ad2.

[11] SANTO TOMÁS DE AQUINO, STh, III, 82, 7, ad3.

[12] DS 424.

[13] DS 794.

[14] SANTO TOMÁS DE AQUINO, STh, III, 82, 1.

[15] SANTO TOMÁS DE AQUINO, In IV Sent, 8, 2, 1, 4.

[16] Cfr. MISAL ROMANO, Colecta B de la Misa Votiva de la Sagrada Eucaristía.

[17] Cfr. 1Jn 4, 10.

[18] JUAN PABLO II, Carta «Dominicae Cenae» (24 de febrero de 1980) 8.

[19] Comentarios al Evangelio de San Mateo, 26, 3.

[20] Comentarios al Evangelio de San Mateo, 26, 3.

[21] SANTO TOMÁS DE AQUINO, STh, III, 78, 1: «ex persona ipsius Christi loquentis».

[22] JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post-sinodal «Pastores Dabo Vobis» (25 de marzo

de 1992) 15.

[23] JUAN PABLO II, «Discurso al final del congreso con ocasión del 30º aniversario del decreto “Presbyterorum Ordinis”», L’Osservatore Romano 44 (1995) 610.

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