Los "No-negociables"
Dónde Las 14 características esenciales de un sacerdote del Verbo Encarnado encontrarnos:
Sacerdote del
Instituto del Verbo Encarnado:
Según el carisma específico de nuestra Familia Religiosa, un sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado debe «trabajar en suprema docilidad al Espíritu Santo y según el ejemplo de la Virgen María, para que Jesucristo sea el Señor de todo lo verdaderamente humano, incluso en las situaciones más difíciles y en las condiciones más adversas. Este carisma es la gracia de saber obrar concretamente para extender la presencia de Cristo en las familias, en la educación, en los medios de comunicación social, en la escuela y en todas las demás manifestaciones legítimas de la vida humana. Es el don de hacer de cada persona como una nueva Encarnación del Verbo, cumpliendo así nuestra llamada esencial a ser misioneros y marianos» (Constituciones, 30-31).
Centrarse en la Encarnación significa también que, para él, todo lo que es auténticamente humano está abierto al Evangelio. Así como el Verbo, al asumir una naturaleza humana, unió a Sí todo lo que era auténticamente humano, así también el sacerdote del IVE debe trabajar de tal manera que ningún apostolado le sea ajeno.
An IVE Priest seeking to «follow Christ more closely under the action of the Holy Spirit», must consecrate himself totally through the profession of the evangelical counsels of poverty, chastity, and obedience. In this way he will accomplish the full offering of himself as a sacrifice acceptable to God by which his entire existence becomes continuous worship to Him in charity.»
He does not, however, make this sacrifice alone. The profession of vows is made in union with others. «This consecration is manifested by forming a Religious Family, professing vows publicly, and living a fraternal life in common. The public testimony we must give includes detachment from the world. To live according to the Holy Spirit, we must separate ourselves from the spirit of the world: … the Spirit of truth, whom the world cannot receive, because it neither sees him nor knows him (Jn 14:17).
(Constitutions, 23-25)
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In order to live out this consecration better, he also makes «a fourth vow – consecration to Mary. This consecration is a total surrender to Mary so as to better serve Jesus Christ, and has two aspects: “filial slavery of love” according to Saint Louis-Marie Grignion de Montfort’s commendable method. (Constitutions, 82-88).
A la luz de la verdadera humanidad de Jesús, un sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado debe tratar de practicar las virtudes de humildad, pobreza, sufrimiento, obediencia, entrega, misericordia y caridad con todos los hombres. En una palabra, él también debe tomar su cruz. Esta actitud debe moverle, de modo particular, a vivir sus votos de pobreza y obediencia en el ámbito de la Redención de Cristo y del amor redentor de Cristo; es decir, en el ámbito de la abnegación de Cristo en su Encarnación redentora. Así lo atestigua San Juan Pablo II en Vita Consecrata, cuando dice que la «fidelidad del religioso al único Amor se revela y confirma en la humildad de una vida oculta, en la aceptación de los sufrimientos para completar en su propia carne lo que falta a las aflicciones de Cristo (Col 1, 24), en el sacrificio silencioso y el abandono a la santa voluntad de Dios, y en la serena fidelidad incluso cuando menguan sus fuerzas y su autoridad personal».
La fidelidad a Dios inspira también la devoción al prójimo, una devoción que las personas consagradas viven no sin sacrificio intercediendo constantemente por las necesidades de sus hermanos y hermanas, sirviendo generosamente a los pobres y a los enfermos, compartiendo las dificultades de los demás y participando en las preocupaciones y pruebas de la Iglesia».
Un sacerdote del IVE debe caracterizarse por la importancia que da a la celebración de la Santa Misa; en particular, por celebrarla con gran reverencia. Su devoción a la Santa Misa debe manifestar la marcada devoción del Instituto a la Sagrada Eucaristía.
Para él, «la Eucaristía debe ser uno de sus grandes amores, ya que «es el signo de un Dios que quiere permanecer entre los hombres y que se entrega totalmente al hombre»: «En el Sacramento, la lógica de la Encarnación llega a sus últimas consecuencias».
Por eso, «la participación en el Santo Sacrificio de la Misa es el acto más importante de [su] jornada. Es el principal acto de culto, el sacrificio de alabanza que da gloria infinita a Dios. Es en la Misa donde Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, perpetúa su sacrificio redentor en los altares de todo el mundo, de modo que los efectos de su Pasión alcancen a todos los hombres de todos los tiempos». (Constituciones, 137).
Y particularmente dentro de la Liturgia Eucarística, un sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado debe reconocer la esencia de la Santa Misa: la renovación del sacrificio de Cristo en la cruz. La función primordial de un sacerdote es el sacrificio. Por tanto, todo sacerdote debe considerar el Santo Sacrificio de la Misa como el momento más esencial de su jornada, en el que se identifica con Cristo sacrificado, como sacerdote y como víctima. Como dicen las Constituciones, «si no aprendemos a ser víctimas con la Víctima, todos nuestros sufrimientos son inútiles».
Fuera de la Santa Misa, un sacerdote del IVE manifiesta también la devoción del Instituto a la Sagrada Eucaristía mediante la adoración diaria al Santísimo Sacramento. Las Constituciones dicen que «procurará tener la exposición y la adoración del Santísimo Sacramento durante una hora cada día, si es posible» (139). San Pedro Julián Eymard enseña que «la adoración eucarística es la más santa de las acciones. Lo es porque comparte la vida de María en la tierra, cuando lo adoraba en su seno, en el pesebre, en la Cruz o en la Divina Eucaristía, y porque es el ejercicio perfecto de todas las virtudes: fe, esperanza y amor.»
El sacerdote fiel del Instituto del Verbo Encarnado vive una «espiritualidad seria» y no sentimental, que se manifiesta ante todo en su compromiso de practicar y predicar los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Nuestro Directorio de Espiritualidad nos enseña que todo sacerdote del Instituto debe tener una «clara comprensión del valor insustituible de los Ejercicios Espirituales para la renovación de la vida cristiana, enseñando a cada persona a conquistarse a sí misma y a ordenar su propia vida según el orden de Dios. Esto debe llevarle a conocer profundamente los Ejercicios, a prepararse para predicarlos fructuosamente y a tener la disposición necesaria para no perder ninguna oportunidad de predicarlos».
En segundo lugar, su «espiritualidad seria» se manifiesta en el deseo de trascender lo meramente sensible, de modo que está dispuesto a atravesar las «noches oscuras». Como expresó el propio Doctor en Teología Mística, «Amar es trabajar en despojarse y privarse por Dios de todo lo que no es Dios» (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, 2, 5, 7).
¿Por qué una «espiritualidad seria»? Porque la evangelización de la cultura, «exige de nosotros una espiritualidad con matices inusitados». Como enseña el Papa San Juan Pablo II, nuestro padre espiritual, «Todo esto exige un nuevo enfoque de las culturas, de las actitudes, [y] de los comportamientos orientados a profundizar en el diálogo con los centros culturales y a hacer fecundo su encuentro con el mensaje de Cristo. Esta obra exige también de los cristianos responsables una fe iluminada por la reflexión continua ante las fuentes del mensaje de la Iglesia, y un continuo discernimiento espiritual perseguido en la oración….. La verdadera inculturación viene de dentro: consiste, en definitiva, en una renovación de la vida bajo el influjo de la gracia». En otra ocasión el difunto Santo Padre exclamó también: «para mayor gloria de Dios y salvación de las almas, el Creador, en su admirable designio de bondad, proporcionó a la Iglesia una ayuda singular por medio de San Ignacio de Loyola y de la promoción sin límites de los Ejercicios Espirituales.»
«La más estricta fidelidad al Magisterio Supremo de la Iglesia de todos los tiempos, norma próxima de la fe, es absolutamente necesaria» para todo sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado (Constituciones, 222). En particular, consideramos fundamentales para nuestro carisma los siguientes elementos las enseñanzas de la Constitución Pastoral del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo actual (Gaudium et Spes), las Exhortaciones Apostólicas Evangelii Nuntiandi y Catechesi Tradendae, el discurso del Beato Juan Pablo II a la UNESCO y otros sobre el mismo tema, el Documento de Puebla, la Carta Encíclica Slavorum Apostoli, la Carta Encíclica Redemptoris Missio, la Exhortación Apostólica Postsinodal Pastores Dabo Vobis, n. 55, c, y las próximas directrices, orientaciones y enseñanzas del Magisterio de la Iglesia que puedan emanar sobre la finalidad específica de nuestra pequeña Familia Religiosa.
Un sacerdote IVE debe dar preferencia a las obras de Santo Tomás de Aquino, formarse «bajo su magisterio» y tenerlo «especialmente como maestro» por las siguientes razones:
- Él «iluminó a la Iglesia más que todos los demás doctores. En sus libros se aprovecha más en un solo año que en el estudio de todos los demás durante toda la vida.»
- Él «veneró más a los antiguos doctores de la Iglesia, [y] en cierto modo parece haber heredado el intelecto de todos.»
- La «Iglesia ha proclamado que la doctrina de Santo Tomás es suya».
Dios ha querido que por la fuerza y la verdad de la doctrina del Doctor Angélico, «Todas las herejías y el error que seguirían sean alejados, confundidos y condenados.» - Su conocimiento es de innegable y fundamental importancia para la recta interpretación de la Sagrada Escritura, a fin de trascender lo sensorial y alcanzar la unión con Dios, y para construir el edificio de la Sagrada Teología sobre la sólida base que proporciona un profundo conocimiento de la filosofía del ser – «patrimonio filosófico perennemente válido»- y los avances de la investigación filosófica.
«Buscar la verdad, descubrirla y alegrarse de haberla encontrado -decía Juan Pablo II- es una de las aventuras más apasionantes de la vida». Ejemplo de esta búsqueda y paradigma del estudio es la vida y la personalidad misma de Santo Tomás, el príncipe de los filósofos y de los teólogos, como le han llamado a menudo los Papas.»
En esta línea, también debe dar importancia a los mejores tomistas, especialmente al P. Cornelio Fabro.
En su labor misionera y apostólica, un sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado debe hacer suya la petición de san Juan Pablo II de que «los fieles laicos estén presentes, como signos de valentía y de creatividad intelectual, en los lugares privilegiados de la cultura, es decir, en el mundo de la educación -la escuela y la Universidad-, en los lugares de la investigación científica y tecnológica, en los ámbitos de la creatividad artística y del trabajo en las humanidades», llevando así la redención traída por Jesucristo a cada ámbito particular a través de la riqueza original del Evangelio y de la fe.
También debe dedicarse, en particular, al apostolado vocacional. Como decía San Juan Pablo II, «toda la comunidad debe tratar de fomentar las vocaciones, incluso como signo de vitalidad y madurez de la comunidad. Debemos restablecer un intenso movimiento pastoral, partiendo de la vocación cristiana en general, que es una pastoral juvenil entusiasta, para dar a la Iglesia los servidores que necesita.»
La alegría es algo que ha caracterizado la vida del Instituto del Verbo Encarnado desde sus inicios, y por eso está muy presente, tanto en nuestras Constituciones como en nuestro Directorio de Espiritualidad.
He aquí algunas de esas citas:
95. La alegría, fruto del Espíritu Santo y efecto de la caridad, nos exige valernos de todos los medios para que «nadie se turbe ni se aflija en la casa de Dios» (San Benito). Debemos vivir la caridad fraterna: es decir, superarnos unos a otros en las muestras de honor (Rm 12,10); soportar sus debilidades, tanto físicas como espirituales, con una paciencia sin límites; estar deseosos de obedecernos unos a otros; no buscar tanto el bien propio como el del prójimo; practicar el verdadero amor fraterno; vivir siempre en el temor y el amor de Dios. Amad a vuestro (superior) con verdadera y humilde caridad; no dejéis que nada se anteponga a Cristo, que nos llevará a todos juntos a la Vida Eterna» (San Benito).
136. Debemos desear vehementemente la cruz: “que muera por amor de tu amor, ya que por amor de mi amor te dignaste morir”[164]. Es una gracia que hay que pedir en la oración: Dios os ha dado la gracia… de padecer por Cristo (Flp 1,29). De manera especial hay que pedir la gracia de la ciencia de la cruz y de la alegría de la cruz, que sólo se alcanzan en la escuela de Jesucristo.
145. Y los santos nos recuerdan la alegría que es fruto de esta cruz: “He llegado a no poder sufrir pues me es dulce todo sufrimiento”[189]. Debemos esperar de tal modo que toda pena nos dé consuelo. Ella “es el punto de apoyo, sobre el que se hace palanca para servir al hombre, así como para transmitir a tantísimos otros la alegría inmensa de ser cristianos”[190]. (San Juan Pablo II).
204. La alegría, que es el secreto gigantesco del cristiano, es espiritual y sobrenatural, y nace de considerar el misterio del Verbo Encarnado.
Finalmente, para un sacerdote del IVE y para toda la Familia Religiosa, la alegría debe manifestarse de modo especial: en la celebración del día del Señor, el domingo; en el sentido de la fiesta; y en la recreación que llamamos eutrapelia.
Dondequiera que esté en misión, un sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado debe insertarse efectivamente en la realidad de su apostolado. Este aspecto del carisma le exige «hincar el diente en la realidad». Para lograrlo, podemos señalar dos aspectos indispensables: el primero es la fidelidad a Jesucristo; el segundo es la metafísica tomista que nos ayuda a evitar el «ensombrecimiento», como dice San Pablo (1 Co 9:26). Se trata de conocer la realidad de cómo viven las personas, cómo viven los jóvenes, qué problemas tienen, cómo hay que ayudarles para que mejoren, etc.
Con esto se quiere decir que un sacerdote del IVE está dispuesto a ir a aquella misión que nadie más quiere. Para nosotros, estas «misiones de avanzada» son lo que nos gusta llamar «misiones emblemáticas», ya que representan un barniz de honor para nuestra pequeña familia religiosa. Es muy posible que en estas misiones «fallen» varias cosas: ausencia aparente de frutos abundantes en medio de una intensa labor apostólica, pocas o ninguna vocación, etc. Al mismo tiempo, si no hubiéramos aceptado ir allí, nadie habría querido ir debido a las dificultades. Sin embargo, el sacrificio silencioso de los que dan su vida por Cristo nunca quedará sin recompensa; estos sacrificios son una enorme fuente de bendición para todo el Instituto y para la Iglesia universal.
He aquí algunos enlaces que muestran cómo los sacerdotes del Instituto del Verbo Encarnado van donde «nadie más quiere ir»:
– «Hicimos lo que teníamos que hacer» (Rome Reports)
– La Misa vuelve a Mosul (National Catholic Register)
– Iglesia recién construida en un campo de refugiados en Iraq (CNA)
– Católicos iraquíes desafían al ISIS con el Vía Crucis (Crux)
– A pesar del terror, los cristianos de Túnez mantienen la esperanza (CNA)
– Un sacerdote en Siria continúa el ministerio de la Iglesia (Catholic News Service)
– El Papa Francisco pide valentía a los sacerdotes de Gaza (Catholic Herald)
– Sacerdotes de Tierra Santa intentan ayudar a los feligreses a enfrentarse a la guerra (CNEWA)
– Sacerdotes argentinos ayudan al rebaño en Tayikistán (Zenit)
– Ciudad de la Caridad de Egipto (CNEWA)
El enfermo debe tratar de configurarse con Cristo, e igualmente quienes colaboran en el cuidado de los enfermos: capellanes, religiosos y religiosas, médicos, enfermeros, farmacéuticos, personal administrativo y técnico, asistentes sociales y voluntarios. Juan Pablo II les recordó que están llamados «a ser discípulos generosos de Cristo, el buen samaritano. Conscientes de vuestra identidad, descubrid en los enfermos el rostro de Nuestro Señor, dolorido y glorioso. . . [para] ser testigos creíbles del amor de Cristo».
Esta perspectiva de la vida para un sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado es, en primer lugar, consecuencia de su voto de pobreza. Nuestras Constituciones dicen
(63) «Gracias a esta renuncia a los bienes temporales, el voto de pobreza se convierte en un culto sin fin a la Divina Providencia, ya que el religioso tiene la certeza de que «el peligro corporal no amenaza a los que, con la intención de seguir a Cristo, abandonan todos sus bienes y se confían a la Divina Providencia»». El Padre, lleno de bondad, que cuida de los pájaros y de las flores del campo, no abandonará a los que confiadamente le entregan su vida.
También:
(68) Un modo particular de dar gloria a Dios es confiando infinitamente en su Providencia, basada en su designio de salvación, que se manifiesta de modo eminente en la Encarnación. Debemos aprender a mirar todo como venido de Aquel que no olvida ni un gorrión… y que tiene contados hasta los cabellos de nuestra cabeza. Por eso San Pablo enseña que todas las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios (Rom 8,28). Cuando dice «todo», no deja nada fuera. Esto incluye toda situación, sea próspera o adversa; sea relativa al bien del alma, a los bienes de fortuna o a la reputación. Este «todo» incluye además todas las condiciones de la vida humana (familia, estudio, talentos, etc.), todos los estados interiores que experimentamos (alegrías, felicidades, privaciones, sequedades, disgustos, tedios, tentaciones, etc.), incluso las faltas y los pecados. Lo incluye todo, absolutamente todo…. Debemos creer con firmeza inquebrantable que incluso los acontecimientos más adversos, los más opuestos a nuestra visión natural, están dispuestos por Dios para nuestro bien, aunque no comprendamos sus designios e ignoremos el fin al que Él quiere llevarnos. Pero para que esto ocurra, debemos cumplir una condición en nuestro fin, y por eso añade «los que le aman».
Un ejemplo contundente de esto es el hecho de considerar a nuestros enemigos como parte, espiritualmente, de nuestra familia religiosa, ya que han hecho y nos hacen el bien [ . . . ] «omnia cooperantur in bonum» (Rm 8,28).
Básicamente, la consagración de un sacerdote del IVE a María debe fructificar «marianizando» su vida. Para «marianizar» la vida, primero hay que hacerlo todo a través de María. La expresión «por María» indica el camino, es decir, la fusión de intenciones. La Madre de Dios no guarda nada para sí, sino que nos enseña y nos dice en todo, como a los criados de Caná: «Haced todo lo que Él os diga» (Jn 2,5). (85)
En segundo lugar, debemos hacerlo todo con María. Ella es nuestra compañera y modelo, la obra maestra de Dios, que debe guiar «todas nuestras intenciones, acciones y operaciones». El Apóstol Pablo decía: «Sed imitadores míos tal cual soy yo de Cristo» (1 Co 11, 1); con mayor razón podemos decir lo mismo de la Virgen María, en quien el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo, ha hecho grandes cosas. «Mientras que en la Santísima Virgen la Iglesia ha alcanzado ya aquella perfección por la que es sin mancha ni arruga, los seguidores de Cristo… vuelven sus ojos a María, que resplandece ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de virtudes». (86)
En tercer lugar, se debe actuar en María, en íntima unión con Ella, lo que significa que debe existir una unidad permanente entre el alma consagrada y la Madre de Dios. El que ama permanece en el amado; es un amor ardiente, que tiende a la unión mutua, haciéndose más profundo y más sólido con cada acto positivo. De este modo se imita al Verbo encarnado, que vino al mundo y habitó en el seno de María durante nueve meses; y se hace efectivo el último mandato y don de Jesús: «He ahí a tu madre». Y desde aquella hora aquel discípulo se la llevó a su casa (Jn 19,27). (87)
Finalmente, hay que hacer todo por María. La Santísima Virgen, que siempre se sometió a Cristo según el designio eterno del Padre, debe ser el fin que guía todas nuestras acciones, el objeto que atrae el corazón de cada consagrado y el motivo al comienzo de cada tarea. María es el «fin próximo, nuestra intermediaria misteriosa y el camino más fácil para llegar a Él». (88)