Votos

No seríamos religiosos si no profesáramos los consejos evangélicos, también llamados votos.
Así, los religiosos del Instituto del Verbo Encarnado profesan ser:

POBRE,

manifestando que Dios es la única y verdadera riqueza de la humanidad

Profesando el voto de pobreza evangélica, los miembros del Instituto del Verbo Encarnado queremos renunciar voluntariamente a nuestras riquezas materiales y a los bienes externos de este mundo para buscar sólo a Dios. Queremos ser perfectamente pobres, con la perfección de Cristo. Esta pobreza perfecta no significa simplemente pobreza efectiva -la mera carencia de riquezas o bienes materiales-, sino pobreza afectiva, o el desprendimiento y la renuncia voluntaria a estos bienes. Esto implica que buscamos vivir una vida pobre, tanto en acto como en espíritu, siguiendo el ejemplo de Cristo.

Practicar este voto por amor a Cristo, exige a la vez humildad y señorío. En efecto, «en quien, como Cristo, es pobre de buena gana, la pobreza misma es signo de máxima humildad» (Santo Tomás de Aquino, Summa, III, 40, 3, ad 3). Sin embargo, al aumentar nuestra humildad, aumenta también la libertad del espíritu noble que el religioso debe poseer a causa de su consagración. «El que nada cuida de los bienes del mundo tiene dominio sobre todos ellos» (Santa Teresa de Ávila, Camino de perfección, 2, 5).

CASTO,

por el reino de los cielos

Por el voto de castidad y a imitación de Jesucristo… habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn 13,1), queremos ofrecer a Dios un holocausto de nuestro cuerpo y de nuestros afectos naturales, viviendo «la obligación de la continencia perfecta observada en el celibato» (CIC, c. 599). Este voto implica la elección preferencial de un amor exclusivo a Dios, ya que hemos elegido libremente ser como eunucos que se han hecho a sí mismos eunucos por el reino de los cielos (Mt 19, 12).

El voto de castidad, plenamente vivido, constituye la pureza triunfante que tiende con todas sus fuerzas hacia Dios. Sacrificamos con gozo nuestros afectos carnales, entregándonos a Jesucristo y dirigiéndole todo nuestro amor. El fruto de esta consagración es el dominio sobre todas las cosas, junto con una voluntad libre que se apresura a agradar sólo a Dios.

OBEDIENTE,

hasta la muerte en la cruz

Siguiendo el ejemplo del Verbo Encarnado, también los miembros de nuestro Instituto se entregan totalmente a Dios y renuncian a su voluntad por el voto de obediencia. En virtud de este voto, nos obligamos a someter nuestra voluntad a nuestros legítimos superiores, que para nosotros actúan en nombre de Dios cuando mandan según las Constituciones.

Nos comprometemos a obedecer a nuestro superior en todo lo que se refiere a la vida religiosa y apostólica, imitando a Jesucristo, que se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2, 8). De este modo nos hacemos particularmente dóciles al Espíritu Santo, y nuestras almas están constantemente dispuestas para lo que Dios determine.

ESCLAVO DE AMOR
DE MARÍA

Finalmente, como cuarto voto propio de la espiritualidad de nuestra Familia Religiosa, los miembros del Instituto del Verbo Encarnado se consagraron a María en esclavitud filial de amor según la mente y el espíritu de San Luis Grignion de Montfort.