Formación
Convertiéndose en sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado
Pilares de la Formación
Tanto en el noviciado como en el seminario, la formación de un joven se centra en cuatro áreas principales:
Humano
Intelectual
Espiritual
Pastoral
El Programa
Un noviciado y un seminario mayor deben cuidar de que los futuros sacerdotes estén debidamente preparados, empleando todos los medios para que «toda la formación de los estudiantes tenga por objeto hacer de ellos verdaderos pastores de almas a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, maestro, sacerdote y pastor» (OT 4). Sacerdotes configurados con Cristo cabeza y pastor y, por tanto, comprometidos a compartir y continuar su misión de salvación en la Iglesia y en el mundo (Cf. PDV 61). Sacerdotes configurados con Cristo cabeza e impulsados «a servir a Cristo, Maestro, Sacerdote y Rey, en cuyo ministerio participan. Para este ministerio, la Iglesia se construye incesantemente aquí en la tierra, como pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo» (PO 1).
Por eso deben prepararse específicamente para desempeñar el triple ministerio de enseñar, santificar y guiar al pueblo de Dios, como ministros de Cristo y partícipes de su único sacerdocio. «Por tanto, deben ser formados para el ministerio de la Palabra, de modo que adquieran una comprensión cada vez mayor de la Palabra de Dios revelada, haciéndola suya por la meditación, y dándole expresión en su discurso y en sus vidas. Deben ser formados para el ministerio del culto y de la santificación, para que, mediante la oración y la celebración de las sagradas funciones litúrgicas, lleven a cabo la obra de la salvación por medio del sacrificio eucarístico y de los sacramentos. Deben formarse para asumir el ministerio del pastor, para que sepan representar a Cristo ante los hombres, Cristo que «no vino para que le sirvieran, sino para servir a los demás y dar su vida en rescate por la vida de muchos» (Mc. 10,45; Jn. 13,12-17), y para que se ganen a muchos haciéndose servidores de todos (I Cor. 9,19)». (OT 4).
Para lograr esta adecuada preparación del futuro sacerdote para desempeñar digna y fructuosamente el triple ministerio, se hace necesario un programa de vida que, organizado y unificado, se dedique intensamente a todos los aspectos de la formación: humana, espiritual, intelectual y pastoral, teniendo también presente, en medio de todos estos elementos, el objetivo específico de toda esta formación, objetivo que le confiere unidad y que consiste en preparar a estos pastores de almas para el sacerdocio (Cf. PDV 61). Este carácter pastoral de toda la formación, precisamente por ser su objetivo específico, no es un elemento secundario, ni siquiera un elemento adicional, aunque importante, sino el elemento esencial e incluso principal de la formación de los seminaristas, futuros pastores. El Directorio enseña: «toda la formación de los candidatos al sacerdocio está orientada a prepararlos de modo específico para comunicar la caridad de Cristo, Buen Pastor. Por tanto, esta formación, en sus diversos aspectos, debe tener un carácter esencialmente pastoral» (OT 4).
En este sentido, podemos afirmar con razón que un seminario, más que un lugar o espacio temporal, es un «lugar espiritual» (PDV 42) en el que se ayuda y asegura el proceso educativo para llegar a ser, mediante el sacramento del orden, «imagen viva de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia» (PDV 42).
La formación humana es el fundamento necesario de todo el edificio sacerdotal y religioso. Esta necesidad brota de una recta comprensión de la relación entre naturaleza y gracia. La gracia no destruye la naturaleza, sino que la construye sanando, elevando, perfeccionando, dignificando y ennobleciendo la naturaleza del hombre.
Debido a las mayores exigencias de su vocación, el sacerdote debe reflejar -como todo cristiano- la Encarnación del Verbo, en quien resplandecen la perfección humana y la perfección divina, en íntima unión sin detrimento de ninguna de las dos. Además, debe servir de puente, y no de obstáculo a los demás. Dios lo ha llamado de entre los hombres y ha hecho de él su representante ante Dios, de modo que debe hacer que su ministerio sea aceptable y creíble desde el punto de vista humano, para mayor gloria de Dios y salvación de sus semejantes. Para ello creemos que todo seminarista del IVE debe ser equilibrado, fuerte y libre.
La formación humana «conduce y encuentra su culminación en lo espiritual». Este campo que tiene la máxima importancia en la educación sacerdotal se funda en la dimensión religiosa del hombre -esencial y constitutiva- que existe en el plano natural por el que «el individuo humano se abre a la trascendencia» y en el plano sobrenatural, pues «todo ser humano, como criatura de Dios que ha sido redimida por la sangre de Cristo, está llamado a renacer «del agua y del Espíritu» (cf. Jn 3, 5) y a convertirse en «hijo en el Hijo».
La vida espiritual debe entenderse como «relación y comunión con Dios», no de cualquier modo, sino en la originalidad de la novedad evangélica: unión por la gracia y la caridad, provocada de modo ordinario por los sacramentos de la Iglesia, en Jesucristo con la Santísima Trinidad. De ser «criaturas nuevas en Cristo que caminan en el Espíritu».
Esta espiritualidad, común a todo cristiano, debe estructurarse según la singularidad del ser y actuar sacerdotal. De tal manera que «no sólo en virtud de la sagrada ordenación, sino también por una participación íntima y de por vida, se convierten de un modo especial en otros cristos». Dada esta estructura, debemos recordar que la formación espiritual de los futuros sacerdotes desarrollará la gracia bautismal unida al desarrollo de las «virtudes y hábitos de la vida presbiteral».
Una formación espiritual que constituye el «núcleo que unifica y da vida a su ser sacerdote y a su actuar como tal», que es el fundamento de la vida pastoral y que «debe estar estrechamente relacionada con la doctrinal y pastoral.»
Después de haber puesto los cimientos, señalamos el triple camino que se debe emprender para buscar y encontrar la unión con Cristo: «la meditación fiel de la Palabra de Dios, la participación activa en los santos misterios de la Iglesia y el servicio de caridad a los más pequeños» (PDV 46).
Conectado con lo doctrinal para que la vida espiritual tenga su alimento y firmeza, como enseña el derecho canónico: «la formación espiritual y la instrucción doctrinal de los estudiantes en un seminario deben estar armoniosamente mezcladas», ya que la ciencia sin virtud hace a los hombres arrogantes, y la virtud sin ciencia se vuelve inútil.
En conexión con la formación pastoral, que precisa el aspecto característico de la formación espiritual de los seminaristas en cuanto dirigida a formar dignos pastores del pueblo de Dios. Precisamente a través de la «formación espiritual se ha de capacitar a los estudiantes para el ejercicio fructuoso del ministerio pastoral.»
La meditación fiel de la Palabra de Dios: Se refiere a la lectura meditada y orante de la Palabra de Dios que incluye los valores de la fe, la oración y el silencio.
La participación activa en los sagrados misterios de la Iglesia: La celebración de la Eucaristía tiene una «importancia esencial» en la formación espiritual de los seminaristas, y debe ser el «momento esencial de su camino» participando activamente «cada día». También, en este segundo camino a recorrer para encontrar a Cristo, la educación principal sobre la participación plena en la liturgia sacramental y eucarística debe ir acompañada de la formación en la Liturgia de las Horas u Oficio Divino. También es importante inspirar en los seminaristas, en la celebración de la Misa y en el rezo del Oficio Divino, el celo por la salvación de las almas, indicando que en la Santa Misa «Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, perpetúa su sacrificio redentor en los altares de todo el mundo, de modo que los efectos de su Pasión alcancen a todos los hombres de todos los tiempos» y que el Oficio Divino recitado «en nombre de la Iglesia Madre», en la voz de la esposa que se eleva «por la salvación del mundo entero». » Por último, en la celebración de los sacramentos «es necesario y muy urgente redescubrir dentro de la formación espiritual la belleza y la alegría del sacramento de la Penitencia.» Urgente en las sociedades actuales que han perdido el sentido del pecado y, por tanto, la alegría consoladora del perdón. Un Sacramento de la Penitencia al que los alumnos deben «acercarse con frecuencia».
El servicio de la caridad: La formación espiritual del futuro sacerdote incluye el tercer camino que conduce a Cristo: la caridad que es vínculo de perfección (Col 3″14). Se trata de «buscar a Cristo en los hombres». El amor y la unión con el prójimo nacen necesariamente del amor y de la unión con Dios. Es el ejemplo que dio Cristo: de su amor al Padre y de su amor a los hombres hasta sacrificarse dando la vida. Como Cristo: Os he dado un modelo a seguir (Jn 13,15) así también los sacerdotes, representantes de Cristo, deben imitar su amor al Padre y a los hombres. Para que lo que yo he hecho por vosotros, vosotros también lo hagáis. (Jn 13,15), incluso dando la vida: así como hemos conocido el amor, porque Él ha dado su vida por nosotros, así también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos. (1Jn 3,16). Los sacerdotes son «hombres de caridad» y su misión es «educar a los demás según el ejemplo de Cristo y el mandamiento nuevo del amor fraterno (Cf. Jn 15, 12)». Por tanto, la preparación al sacerdocio «debe implicar necesariamente una adecuada formación en la caridad» y, en particular, en el amor preferencial a los «pobres» en los que nuestra fe descubre a Jesús (Cf. Mt 25, 40) y en el amor misericordioso a los pecadores.
Además de la formación recibida a través de la participación en la liturgia y en las actividades comunitarias, la formación académica del seminarista es de capital importancia, ya que estar abierto a conocer a Dios y adherirse a Él es una exigencia insustituible del intelecto humano.
La formación filosófica y teológica son los dos momentos esenciales del programa educativo del seminario mayor.
El estudio de la filosofía es «una etapa crucial de la formación intelectual». Con su ayuda, los alumnos deben ser conducidos «de tal modo que sean llevados, en primer lugar, a adquirir un conocimiento sólido y coherente del hombre, del mundo y de Dios», es decir, una comprensión profunda de la persona y de la libertad de la persona en sus relaciones con el mundo y con Dios. El conocimiento filosófico, es decir, por sus causas y en profundidad, de estas realidades completa la formación humana de los alumnos y contribuye a aguzar su mente. El hábito de una filosofía sólida dará al alumno la conciencia «de la relación fundamental que existe entre el espíritu humano y la verdad», garantizará la certeza de la verdad, es decir, la capacidad del intelecto de poseer la verdad sobre las cosas, lo que verdaderamente son, es decir, «alcanzar el sentido del ‘ser'».
El sentido del Ser dará solidez a la afirmación; despertará el sentido crítico y la capacidad de discernir la verdad, de comprenderla y aceptarla, venga de donde venga. En consecuencia, le capacitará para emitir juicios objetivos y sólidos de las cosas y, especialmente, de los problemas y situaciones de la vida, sin dejarse sacudir por ninguna frase con grave perjuicio para su ministerio.
Debe tener un «tipo de ‘veneración amorosa por la verdad’ que lleve a reconocer que ésta no es creada y medida por los hombres, sino que es dada a los hombres como don de la Verdad Suprema, Dios, aunque de modo limitado y a menudo con dificultad, la razón humana puede alcanzar la verdad objetiva y universal, incluso la relativa a Dios y al sentido radical de la existencia.» El estudio de las disciplinas filosóficas es también necesario para estar adecuadamente preparados para un diálogo fecundo y eficaz con los hombres de nuestro tiempo, como exige el ministerio apostólico. Una exigencia que hoy es particularmente urgente dada la situación cultural que ensalza el subjetivismo como criterio y medida de la verdad.
Especialmente, nuestros seminaristas deben estar inmersos en la filosofía de Santo Tomás de Aquino, para adquirir un «tomismo vivo»:
- El contacto directo con el propio Aquinate, en sus obras principales y secundarias, analizadas diacrónica (en su evolución histórica) y sincrónicamente (en toda su obra);
- Llegando así al auténtico pensamiento de Santo Tomás;
- y pudiendo pensar desde una perspectiva tomista, entrando en diálogo y polémica con los problemas y pensadores contemporáneos;
- Un tomismo vivo que contrasta con un tomismo formalizado y fosilizado. Esto es lo que el P. Fabro llama «tomismo esencial».
Por último, la filosofía tiene una importancia singular como preparación para el estudio de la teología, por lo que, respetando su propia esencia y método, debemos recordar esta finalidad en su enseñanza. Así, deben organizarse de modo «que ayuden al alumno a penetrar y vivir más profundamente su fe.»
En el contenido de la formación intelectual del futuro sacerdote se encuentra el estudio de la sagrada teología, como lo más específico y característico de la misma. Dicha formación, precisamente, «se basa y construye sobre todo en el estudio de la doctrina sagrada, de la teología», según su propia naturaleza. Con la luz de la fe y la guía del Magisterio de la Iglesia, la finalidad del estudio de la teología es que los alumnos «extraigan rectamente la doctrina católica de la revelación divina, la penetren profundamente, la conviertan en alimento de su propia vida espiritual y estén capacitados para proclamarla, explicarla y protegerla en su ministerio sacerdotal.»
Como hemos visto, toda formación en sus diversos aspectos tiene un carácter esencial y primordialmente pastoral, pues su finalidad no es otra que la preparación de pastores de almas, que comuniquen la caridad de Cristo, Buen Pastor, como San Pedro se refiere a Nuestro Señor, el Pastor principal (I Pe 5,4). Dado que nuestro Instituto tiene ramas apostólicas y especialmente sacerdotes de vida apostólica, «las tareas pastorales le son esenciales». Esta formación pastoral, como toda formación, se desarrolla mediante una reflexión madura y una aplicación práctica, y encuentra su fundamento y su fuerza en un mismo espíritu.
La práctica pastoral, sin embargo, no puede reducirse, ni siquiera en el mejor de los casos, a una ciencia competente o a una práctica verdaderamente técnica, sino que «el seminario que educa debe buscar real y verdaderamente iniciar al candidato en la sensibilidad de ser pastor, en la asunción consciente y madura de sus responsabilidades, en el hábito interior de evaluar los problemas y de establecer prioridades y buscar soluciones a partir de motivaciones honestas de fe y según las exigencias teológicas inherentes al trabajo pastoral.» Significa ser testigo de la caridad de Cristo, que iba por todas partes haciendo el bien (Hch 10, 38), y signo visible de la Iglesia, madre y maestra del pueblo. Educar al futuro sacerdote a vivir la autoridad como servicio, movido únicamente por la caridad pastoral. Estas prácticas pastorales del futuro sacerdote deben asumir un claro carácter «ministerial» en relación con el triple servicio de la palabra, el culto y el gobierno de la comunidad
El Seminarista
Ideal
Para concluir, digamos que queremos formar seminaristas que vivan el «señorío» sobre sí mismos, sobre las personas, sobre el mundo y sobre el demonio; que gocen de la «libertad» de los hijos de Dios en la plena docilidad al Espíritu Santo, convencidos de que todo es vuestro; sea Pablo, sea Apolo, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo futuro; todo es vuestro; y vosotros sois de Cristo; y Cristo es de Dios. (Co 3, 21-23); que tienen «espíritu de príncipe» y que son nobles; 681 que son valientes y están totalmente decididos a alcanzar la santidad; que superan las tentaciones propias del estado sacerdotal, como son ser egocéntricos, funcionarios, tacaños, inconstantes, aburridos, improvisadores, frívolos, irritantes, mediocres, parroquiales, afectados, avaros, malhumorados, secularizados, temerosos, tímidos, divagadores y ubicuos.
Seminaristas que admiren y amen la verdad, actualizada por una amplia formación intelectual; que dediquen tiempo a la teoría y al ocio intelectual y que sea una verdadera búsqueda de la verdad, es decir, que sea capaz de conocerla con certeza y de apropiarse de ella en la contemplación; un intelecto aplicado a las cosas temporales en subordinación a la consideración de las realidades eternas, de modo que las unas sirvan de medio para conocer las otras: las cosas invisibles de Él desde la creación del mundo se ven claramente, percibiéndose a través de las cosas hechas (Ro 1,20), y de lo eterno, como conocido, juzgar las cosas temporales. Un intelecto que busca la razón, para encontrar y descansar en lo que se entiende, pues «razonar respecto a entender es como moverse respecto a descansar o como adquirir es poseer». Por lo tanto, razón e intelecto pueden compararse, como tiempo y eternidad.Como dice Boecio, «La razón es exclusiva del género humano como la inteligencia es propia del Divino.»
Acostumbrados a la disciplina, es decir, «que sean hombres virtuosos según la doctrina de «los grandes maestros de la vida espiritual, especialmente san Agustín, santo Tomás, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, san Ignacio de Loyola, san Luis María Grignion de Montfort, santa Teresa del Niño Jesús; y del ejemplo de todos los santos de todos los tiempos que la Iglesia nos propone como ejemplos de virtud a imitar». «
Seminaristas que sepan valorar jerárquicamente cada cosa, que amen a la congregación viviendo su propio carisma.
Seminaristas con alma de artista, pues «¿quién puede negar que el sentimiento religioso, la verdad religiosa, el anhelo de lo finito por lo infinito han sido y serán siempre resortes que dan vida a la poesía más elevada? ¿No es ésta, de hecho, su forma más elevada y pura? Cuando, con su lenguaje característico -en el que el canto prefiere hablar, la pintura prefiere argumentar, la escultura prefiere hablar-, la poesía expresa la experiencia mística, la psicología de la gracia, el éxtasis, y se eleva hasta la Belleza Suprema, hasta Dios, hasta la Verdad que trasciende todo pensamiento… entonces se convierte en un magnífico regalo de la bondad de Dios; se convierte en un reflejo de su gracia».
Sobre todo, queremos formar seminaristas dispuestos a «entregarse totalmente al servicio de Dios y al ministerio pastoral», incluyendo incluso el martirio a ejemplo del primer beato argentino, Benito de Jesús; de los sacerdotes y seminaristas mártires de Barbastro; del beato Agustín Pro, sacerdote; y de tantos otros.
En conclusión, queremos formar a nuestros futuros sacerdotes para que sean «poetas, metafísicos y soldados, que canten, contemplen y combatan.»
"Aspiramos a formar sacerdotes para la Iglesia católica según el Corazón de Cristo".
Constituciones IVE, 231