Los Diáconos

1. Institución del diaconado en la Iglesia

El diaconado es una institución divino-apostólica, no meramente eclesiástica, o sea, existe el orden del diaconado en la Iglesia por voluntad de Jesucristo y diáconos por institución apostólica, como enseña el Concilio Vaticano II: «El ministerio eclesiástico, instituido por Dios, está ejercido en diversos órdenes que ya desde antiguo reciben los nombres de obispos, presbíteros y diáconos».[1]

En muchos lugares del Nuevo Testamento se nos habla de los diáconos, por ejemplo:

De su institución por los apóstoles: Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: «No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra». Pareció bien la proa toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármena y a Nicolás, prosélito de Antioquía; los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos (He 6, 1-6);

  • testimonia San Pablo a los filipenses: Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los santos en Cristo Jesús, que están en Filipos, con los epíscopos y diáconos (Flp 1, 1);
  • cualidades que deben tener: los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios; que guarden el Misterio de la fe con una conciencia pura. Primero se les someterá a prueba y después, si fuesen irreprensibles, serán diáconos (1Tim 3, 8-10);
  • además se puede ver la función diaconal ya diferenciada en Ro 12, 6-9: Pero teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el servicio, en el servicio; la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con sencillez, el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad. Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien…

La Didaché, alrededor del 90, ordena que se elijan «obispos y diáconos, dignos del Señor».[2] San Clemente Romano testifica, alrededor del año 96, que los apóstoles constituyeron obispos y diáconos.[3] San Ignacio de Antioquía, muerto en el 107, exhorta varias veces a honrar a los diáconos «como a Jesucristo».[4] San Ireneo habla de San Esteban «elegido por los Apóstoles como el primer diácono».[5]

Es sobre la base de estos y otros textos, tanto de la Sagrada Escritura cuanto de la Tradición, que el Concilio de Trento definió como dogma de fe la existencia del diaconado, anatematizando la proposición contraria: «Si alguien dijere que en la Iglesia no existe jerarquía instituida por ordenación divina, que consta de obispos, presbíteros y ministros, sea anatema»,[6] y obviamente, al decir ministros incluye a los diáconos que son los ministros de grado inmediatamente inferior antes de los presbíteros.

2. El sacramento del orden sagrado

Enseña la fe católica que el sacramento del orden es uno solo,[7] pero, al mismo tiempo, que hay tres órdenes sacramentales instituidos por Jesucristo. ¿Cómo se armoniza esta pluralidad de órdenes con la unidad del sacramento del orden? El episcopado, el presbiterado y el diaconado son partes potenciales del sacramento del orden, o sea, que participan, según grados diferentes, de la perfección del sacramento del orden, de tal manera que la perfección se encuentra plenamente en una de sus partes -el episcopado-, y limitadamente en las otras, y en cuanto se acercan a la primera.

Así se divide la autoridad, poseída por uno plenamente como, por dar un ejemplo, el Superior General, y por los otros más o menos, en la medida que se le acercan como los Provinciales, Viceprovinciales, Delegados, Superiores Locales, etc.

Por eso el sacramento del orden, no obstante su pluralidad episcopado, presbiterado, diaconadoconserva su unidad. Sus partes potenciales no son homogéneas, difieren entre sí como los grados de una jerarquía, cada uno de los cuales contiene en sí acrecentada la perfección de los precedentes, hasta llegar al sumo grado en que se contiene eminentemente la suma perfección. Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «Los diáconos participan de una manera especial en la misión y en la gracia de Cristo. El sacramento del Orden los marcó con un sello («carácter») que nadie puede hacer desaparecer y que los configura con Cristo que se hizo «diácono», es decir, el servidor de todos».[8]

3. El diaconado no es sacerdocio ministerial

Ahora bien, hay que hacer notar que en la triple pluralidad del orden, sólo hay «dos grados de participación ministerial en el sacerdocio de Cristo: el episcopado y el presbiterado. El diaconado está destinado a ayudarles y servirles».[9]

A los diáconos sólo el obispo les impone las manos, pero «no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio»[10] o servicio. También dice el Concilio: «ordenados para el ministerio, están al servicio del Pueblo de Dios en comunión con el Obispo y sus sacerdotes».[11] Como dice la Traditio apostolica de San Hipólito: «La razón de que solo el obispo imponga las manos es porque el diácono no se ordena para el sacerdocio, sino para el servicio del obispo; para hacer lo que este le indique».[12] Y agrega que no recibe el espíritu común al presbiterio, sino que está confiado a la autoridad del obispo. Dicho con más precisión, el diácono no es ordenado a la función sacerdotal del obispo, sino que participa de la función diaconal del obispo. De tal modo que el carácter sacramental del diaconado dice relación al carácter diaconal del sacerdocio de Cristo, el Ebed-Yahveh del cántico de Isaías, servidor del Padre y de los hombres. Decía San Ignacio de Antioquía:

«Los diáconos son los imitadores de Cristo porque ellos son los servidores del obispo, como Cristo es el servidor de Dios Padre», por eso agrega: «A los diáconos ha sido confiada la “diaconía” de Cristo».[13] Como dice un autor: «El diaconado es propiamente, en las diversas esferas de su ministerio, la forma sirviente del sacerdocio». No obstante por el carácter sagrado del diaconado, o denominación extrínseca, se habla, algunas veces, de que «están constituidos en un tercer sacerdocio».[14]

De modo tal, que en el Cuerpo Místico de Cristo existe el sacerdocio común de todos los fieles bautizados y, con diferencia esencial, no de grado, el sacerdocio ministerial; este sí en dos grupos: el sumo -el episcopadoy el de segundo orden -el presbiterado-.

4. Oficios diaconales

Diaconía en el Nuevo Testamento es hacer un servicio en orden a la salvación.[15] Los apóstoles se reservan una «diakonia» de la Palabra (He 6, 4); Pedro dijo que Judas participó en la «diakonia» apostólica (He 1, 17); Matías es llamado a suplirle en esa «diakonia» (He 1, 2); San Pablo cumple la «diakonia» recibida de Jesús (He 20, 24), diakonia de la reconciliación (2Cor 5, 18), diakonia para la edificación del Cuerpo de Cristo (Ef 4, 12), diakonia de Cristo (1Tim 1, 12). Por eso los apóstoles son diáconos de una Nueva Alianza (2Cor 3, 6); diáconos de Dios (2Cor 6, 14); diáconos de la justicia (2Cor 11, 12-15); diáconos del Evangelio (Ef 3, 7; Col 1, 23); diáconos del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia (Ef 3, 7; Col 1, 23). Al mismo Cristo lo llama San Pablo diácono (Ro 15, 8).

En el «motu proprio» Sacrum diaconatus ordinem (18 de junio de 1967) señala Pablo VI los oficios cultuales y litúrgicos de los diáconos y los servicios propios en las obras de predicación, de caridad y de apostolado: «Es propio del diácono…

  • asistir al obispo y al presbítero dentro de las acciones litúrgicas, en las cosas que le atribuyen las rúbricas;
  • administrar solemnemente el bautismo;
  • custodiar la Eucaristía, distribuirla a sí mismo y a los demás, llevarla como viático a los moribundos y dar la bendición eucarística;
  • cuando no hay sacerdote, asistir y bendecir, por delegación del obispo o párroco, a los matrimonios que se celebran;
  • administrar los sacramentales y presidir los ritos de funeral y sepelio;
  • leer a los fieles la Biblia e instruir al pueblo y exhortarlo;
  • presidir los oficios y oraciones del culto cuando no está presente el sacerdote;
  • dirigir las celebraciones de la Palabra;
  • desempeñar los oficios de caridad y administración y las obras de servicio asistencial;
  • gobernar legítimamente, en nombre del párroco y del obispo, las comunidades alejadas;
  • fomentar y ayudar las obras apostólicas de los laicos».[16]

Hoy y siempre debemos rezar por todos los ministros de la Iglesia, para que siempre seamos servidores de Dios y servidores de los hermanos, porque finalmente, el carácter diaconal configura el alma del diácono con Cristo también diácono, esto es, servidor del Padre y de los hombres.


[1] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia «Lumen Gentium», 10.

[2] Did., 15.

[3] I Clem., 42, 2.

[4] Tral., 7, 2; Magn, 2; Flp 11.

[5] Adversus haereses, 3, 12, 10.

[6] DS 1766.

[7] Cfr. PÍO XII, Constitución «Sacramentum Ordinis», 1.

[8] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1570.

[9] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1554.

[10] Constitutión «Ecclessiae Aegyptiace», III, 2.

[11] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto sobre el deber pastoral impaciente «Christus Dominus», 15.

[12] Tradit. apost., 8.

[13] Cfr. M.U. CARRETERO, Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia (Madrid 1966) 596.

[14] OPTATO DE MILEVI, cit. por M.U. CARRETERO, Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia (Madrid 1966) 593.

[15] Cfr. Heb 20, 24; passim.

[16] Cfr. nn. 22-23.

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