Ministros de Cristo

Jesucristo es el enviado del Padre, como mi Padre me envió, así os envió Yo (Jn 20, 21). Él también tiene enviados.

Es el Sumo Sacerdote (Heb 2, 17), lo cual supone que otros participan del su sacerdocio. Es el Maestro (Jn 13, 13) por excelencia, lo que implica la necesidad de colaboradores para enseñar a todos los pueblos. Es el Buen Pastor (Jn 10, 11). Es Príncipe de los Pastores (1Pe 5, 4), por tanto hay otros que apacientan, sometidos a su principado. De ahí que el Nuevo Testamento habla de diferentes colaboradores de Jesucristo, en su obra encomendada por el Padre. Por eso dice San Pablo: Somos cooperadores de Dios (1Cor 3, 9).

A estos diferentes colaboradores se los llama:

  • Discípulos;
  • Apóstoles: los Doce;
  • embajador de Cristo (2Cor 5, 20; Ef 6, 20).
  • pregonero, predicadores o heraldos del Evangelio (2Tim 1, 11);
  • esclavo o siervo de Cristo Jesús (Ro 1, 1; Flp 1, 1);
  • servidor de Cristo (1Cor 4, 11);
  • por último, ministro de Jesucristo (Ro 15, 16; 1Tim 4, 6).

Quiero ahora hacer hincapié en este hermoso título referido al sacerdote: ministro.

Muchas veces habla San Pablo del «ministro», para referirse al servicio o ministerio de la causa de Jesucristo. La palabra ministro (y ministerio) es característica y clásica para designar el oficio de colaborador o de instrumento de Cristo o, más sencillamente,

sacerdote de Cristo.[1]

San Pablo es:

  • Ministro del Evangelio (Col 1, 23);
  • no ministro de muerte;[2]
  • lo son los Apóstoles, más lo es él;[3]
  • Timoteo lo es si enseña la buena doctrina;[4]
  • Timoteo tiene que cumplir su ministerio;[5]
  • «ministro expresa la acción colaboradora en el Evangelio de Cristo»;[6]
  • es ministerio del espíritu (2Cor 3, 8);
  • es ministerio de la justicia (o santidad) (2Cor 3, 9);
  • es ministerio de la reconciliación;[7]
  • es ministerio en servicio de los Santos;[8]
  • es ministerio de un servicio litúrgico;[9]
  • somos ministros de la Nueva Alianza (2Cor 3, 6);
  • Cristo nos da fuerzas y nos da este ministerio sacerdotal;[10]
  • investidos de este ministerio por misericordia (2Cor 4, 1);
  • lo propio de él es predicar al Mesías;[11]
  • y hace al ministro esclavo de los fieles por Jesús (2Cor 4, 5);
  • se desempeña una legación en persona de Cristo, de tal modo, que el mismo Dios exhorta por el ministro.[12]

La colaboración con Cristo, en su obra del Nuevo Testamento, indica, como acabamos de ver, una actitud de servicio y de ministración. No se trata de ambicionar -en esta obra grandezas y honores externos. El mayor debe hacerse menor y servidor (Mt 20, 27).

Somos por tanto:

  • Colaboradores;
  • servidores;
  • ministros;
  • instrumentos de Cristo.

Somos causa instrumental en la obra de Cristo. Sólo Él es la Causa principal. De aquí se derivan cuatro cosas importantes y que nunca debemos dejar de considerar los sacerdotes -y los fieles en general-:

  • El sacerdote no obra por poder propio, sino por el poder de la causa principal lo cual se ve, en especial, en: la transustanciación y el perdón de los pecados (sólo Dios puede perdonar los pecados). La obra de Dios por medio del sacerdote ministerial, lo trasciende totalmente y de manera que jamás se llega a superar la distancia y la fracción «cualitativa» que hay entre la santidad de dicha obra y la indignidad del instrumento.
  • La acción sacerdotal -en lo específicamente sacerdotales toda de la causa principal, aunque por medio del instrumento. De ahí la enseñanza: «Ni el sacerdote bueno hace más, ni el malo hace menos».[13] La gracia de Dios pasa, tanto a través de un caño de plata, como a través de un caño de plomo.
  • La causa instrumental no tiene un fin propio, sino que debe obrar según el fin de la causa principal. Somos sacerdotes para Dios, no para nosotros. Somos sacerdotes para los planes de Dios, no para nuestros planes.
  • Siendo la Causa principal perfectísima, las deficiencias que vemos en los ministros son nuestras, y no de la Causa principal.

[1] Cfr. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, segunda acepción en el Diccionario de la Real Academia Española (Madrid 1992).

[2] Cfr. 2Cor 3, 6.

[3] Cfr. 2Cor 11, 23.

[4] Cfr. 1Tim 4, 6.

[5] Cfr. 2Tim 4, 5.

[6] Cfr. M. NICOLAU, Ministros de Cristo (Madrid 1971) 68.

[7] Cfr. 2Cor 6, 3.

[8] Cfr. 2Cor 8, 4.

[9] Cfr. 2Cor 9, 12.

[10] Cfr. 1Tim 1, 12.

[11] Cfr. 2Cor 4, 5.

[12] Cfr. 2Cor 5, 20.

[13] DS 794.

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