Negación del origen bíblico de los consejos evangélicos

Denial of the Biblical Origin of the Evangelical Counsels

[1]

El interés por la fundamentación bíblica de los consejos evangélicos no es algo exclusivo de la época moderna. No obstante, es cierto que con la renovación de la vida religiosa promovida por el Concilio Vaticano II este interés ha crecido en la especulación teológica.

Muchos teólogos progresistas insisten en negar que la doctrina y la práctica de los consejos evangélicos esté presente en el ejemplo de Nuestro Señor y en la predicación del Nuevo Testamento. Para éstos, la aceptación de los consejos evangélicos equivale a introducir dos formas de moral: una maximalista, “aristocrática”, para quienes guardan los consejos; otra, minimalista, “plebeya”, para todos los demás. Como es obvio, con este planteo, se destruye la vida religiosa al quitársele el fundamento revelado.

Algunos de estos autores, como son Tillard y Matura, utilizan el término «radical» para explicar el comienzo de la vida religiosa. La significación natural que este término encierra es correcta y

está presente en enseñanzas del Magisterio reciente. Así, por ejemplo, Pablo VI decía que los religiosos «encarnan la Iglesia, en cuanto deseosa de entregarse al radicalismo de las bienaventuranzas».[2] Análogas expresiones tenemos en Juan Pablo II: «el tesoro de los consejos evangélicos y el compromiso maduro y sin retorno, para hacer de él el título de una existencia cristiana, no deberán ser hoy relativizados. Este radicalismo es necesario para anunciar de forma profética, pero siempre humilde, esta humanidad nueva según Cristo, totalmente disponible para Dios y totalmente disponible para los demás hombres».[3] En el mismo sentido hablan los Obispos latinoamericanos en Puebla (III Conferencia General del CELAM). Lo que está mal es imaginarse que la vida religiosa tuvo sus comienzos por una visión «radical».

Un principio que manejan los teólogos progresistas es que, mientras los consejos evangélicos constituyen la vía para los perfectos, para un grupo «selecto» llamado al máximo, los preceptos, por su parte, son el camino del esfuerzo mínimo, lo indispensable para salvarse. Pero esto es algo que ciertamente no está presente en la doctrina de la Iglesia ni de Santo Tomás, el cual condensa la perfección cristiana en los preceptos, más concretamente en la caridad, abierta a un desarrollo incesante.

1. Equivocada interpretación de los textos bíblicos

J. M. Tillard comenzó, ya en 1969, a usar la noción del radicalismo para explicar el origen de la vida religiosa. Su principio es el recurso al texto bíblico «a la luz de las adquisiciones de la exégesis

contemporánea».[4]

En este sentido, interpreta erróneamente algunos textos. Así, por ejemplo, Mt 19, 10-12 (la perícopa acerca de los «eunucos» voluntarios) como indicando al marido separado de su esposa y que comprende que, frente a los imperativos del Evangelio, ya no puede casarse.[5] Otro texto manipulado es 1Cor 7. Según Tillard, se trataría de una reflexión personal de San Pablo, no de una enseñanza dada con autoridad apostólica. Una interpretación bíblica ciertamente sin argumentos, esta que propone este autor.

Lo mismo debe decirse acerca de sus reflexiones sobre la pobreza. En esto sigue a S. Légasse,[6] quien argumenta del siguiente modo: el Nuevo Testamento no conoce dos formas de moral, una para «selectos» y otra para la gran masa; pero si se admite que el Evangelio contiene consejos (practicados por unos y no por otros) tendríamos una moral doble; en consecuencia, en el Evangelio no hay algo que tenga carácter de solo consejo, sino que todo es preceptivo para todos. Sobre la base de estas premisas, Tillard afirma que hay muchas expresiones «radicales» del Nuevo Testamento que exigen desprenderse y dejarlo todo para seguir a Jesús, que se refieren a actitudes que deben darse en todo cristiano. Pero algunos no se conformarían con tener esta actitud y la disposición de posturas heroicas si la situación límite lo requiriese, sino que eligen libremente vivir continuamente en un estado cuya norma es esta actitud general.

Pero a esto hay que decir, en primer lugar, que este estado permanente de radicalismo evangélico no proviene primariamente de una decisión personal sino de una intención de Jesús mismo.

Además, en segundo lugar, haciendo del «heroísmo» lo distintivo de los religiosos, no se suprimen sino que se intensifican las «categorías» entre cristianos. Y en tercer lugar, reduce para los cristianos comunes la posibilidad de practicar este radicalismo evangélico a las situaciones raras y a la fuerza de casos límite. Por ende, quienes no optan por la vida religiosa no pueden santificarse a base de los recursos de su vocación específica sino que necesitan buscar una espiritualidad monástica.

2. La revelación no diría nada sobre los consejos evangélicos

L. Gutiérrez Vega afirma que la pregunta sobre si la revelación dice algo acerca de consejos es un interrogante que carece de sentido. Afirmar los consejos evangélicos es pretender la existencia de dos reinos, dos evangelios, dos Cristos. La explicación que propone para los textos bíblicos es sustancialmente la misma que afirma Tillard.

Según Gutiérrez, la diversidad de vocaciones cristianas no hay que buscarlas en «consejos» imposibles sino en las distintas posibilidades que tiene el hombre de servir al Reino que trajo Jesús. Y el Reino puede ser servido desde las realidades de este mundo y la posesión de bienes temporales, o desde el modo de vida de Cristo, que fue una «profecía en acción»: estas dos modalidades distinguen al laico del religioso. Ambos, de todos modos, están llamados a seguir con perfección a Cristo y tienen como ley la caridad. Por tanto, no hay diversidad de categorías de cristianos. Así, el modo de vida de Cristo da origen a un modo virginal de amor, a un desprendimiento completo de los bienes, y a formas de comunidad donde se practica la obediencia. Por eso, en la postura de Gutiérrez hay que afirmar categóricamente que la vida religiosa tiene justificación como servicio al Reino (es el «proyecto existencial» de Cristo), pero hay que negar que haya «consejos» y que éstos estén justificados en textos bíblicos concretos.

Pero eso lleva como consecuencia a tener que afirmar, con ocasión del análisis de las palabras de Jesús al joven rico, que ese caso no es simplemente particular, sino que «su perspectiva es universal», y por tanto la respuesta dada por Jesús en aquella ocasión es aplicable «no sólo a los casos concretos que se puedan presentar hoy, sino a todos los que de una manera o de otra se presenten en el decurso de la vida de los cristianos de todos los siglos». Esto lleva a que Gutiérrez sostenga la contradicción de afirmar que el cristiano está obligado y no está obligado a renunciar a sus bienes.

3. En la misma línea equivocada otros afirman que la «Biblia no conoce la vida religiosa»

Para T. Matura L. Cabielles de Cos la base de su rechazo de la vida religiosa es la misma: el Evangelio es uno solo, y la norma moral que impone es idéntica para todos. No es evangélica una doble categoría de cristianos, como la que se impondría por la distinción entre precepto y consejo. Según Matura, la visión tradicional de los consejos «reduce indebidamente su radicalismo a tres polos: castidad, pobreza y obediencia… En cambio, viene a olvidar sectores enteros del Evangelio radical: preferencia absoluta por Jesús, amor al prójimo, comunidad y comunicación participativa, etc. Pero además de reducir así el radicalismo, lo monopoliza en provecho de una clase: la de religiosos».[7] En definitiva, «la Biblia no conoce la vida religiosa».[8]

Sin embargo, se contradice al afirmar que, si bien el Nuevo Testamento no conoce la distinción entre consejos y preceptos, es necesario exceptuar de este principio general al celibato. «Por primera vez -y será el único caso en los Evangelios-, nos encontra mos con una palabra de Jesús que presenta una actitud o situación como posible opción que -dicho también explícitamenteno se impone a todos».[9] Cae en aquello que rechaza: la distinción entre preceptos (para todos) y consejos (opcionales, para algunos).

Lo mismo en referencia a la práctica de la pobreza, que es presentada como claramente obligatoria para todos los cristianos. Pero ante la constatación de que la mayoría de los cristianos no lo ha vivido así, Matura dice que la forma concreta de vivir estas exigencias «se ha dejado, como una interpelación inquietante, a la creatividad y a la inventiva».[10] Pero va contra los textos evangélicos afirmar que lo único concreto que Jesús dejó a sus discípulos en este punto haya sido «una interpelación inquietante».

Como consecuencia de esto, se identifica vida religiosa y vida cristiana. «La vida religiosa se identifica con la vida cristiana integral. Esta perspectiva despojada de sus elementos secundarios afirma que la vida monástica es, sencillamente, el deseo de realizar en toda su plenitud lo que se ha pedido a todos los cristianos. Ser monje significa tomar en serio y esforzarse en vivir, individual y comunitariamente, todo el Evangelio».[11] Pero no se da cuenta que esto equivaldría a suponer que la generalidad de los cristianos no cumple los deberes inherentes a su vocación, y el monje vive para compensar una infidelidad universal. Asimismo, ¿por qué no puede llamarse también «integral» a una vida cristiana conyugal y familiar?

Niega que haya una vocación específica a la vida religiosa porque equivaldría a introducir en el cristianismo una vocación particular más perfecta y que no esté al alcance de la mayoría. Pero esto lleva a que la «creatividad» y la «inventiva» de cada uno sea lo que determine el modo de cumplir con ese radicalismo evangélico, especialmente en materia de pobreza. Ahora bien, esta apelación a un radicalismo doctrinal solamente puede conducir a un laxismo práctico, ya que se deja de lado todo aspecto de renuncia específica y todo límite impuesto a quien quiere consagrarse a Dios: no podría exigirse al religioso ninguna renuncia a la que no están obligados por igual todos los demás fieles.

La exposición de Cabielles de Cos, expuesta sobre todo en un artículo,[12] sigue las mismas líneas de argumentación de Matura, si bien se distingue en que propone reemplazar la noción de consejos por la de carismas (especialmente en referencia al celibato y la virginidad).

Todo esto se opone al sentido más elemental de los textos evangélicos, al Magisterio de la Iglesia (sobre todo al Concilio Vaticano II), y a la entera tradición monástica y religiosa.

*  *  *

Queridos hermanos y hermanas:

Pretender quitar el soporte bíblico a los consejos evangélicos como hace el progresismo es querer que se infravalore los mismos, lo cual tiene influencias nefastas, como podemos apreciar hoy día, incluso, estadísticamente. Siguen disminuyendo en picada las vocaciones religiosas, y de manera particular, la femenina.

Una vez más el progresismo cristiano bajo capa de querer reformar la Iglesia, lo único que logra es destruir la obra ciclópea construida durante siglos por los santos y santas, por los Doctores

de la Iglesia y por el Magisterio supremo.

Sepamos que existe este intento para saber defender la naturaleza bíblica de la vida religiosa confirmada por el concilio Vaticano II y por todo el magisterio postconciliar. En la Palabra de Dios revelada se nos enseña su excelencia. ¡Y Dios sabe más que todos los teólogos del mundo juntos!

¡Hagamos oídos sordos al ulular de las falsas sirenas de palabras bonitas que ocultan los horribles rasgos de la destrucción!


[1] Tomado de A. BANDERA, La vida religiosa en el misterio de la Iglesia. Concilio Vaticano II y Santo Tomás de Aquino (Madrid 1984) 292-320.

[2] Evangelii nuntiandi, 58.

[3] JUAN PABLO II, «Discurso a la Unión Internacional de Superioras Generales» (16 de noviembre de 1978).

[4] J. M. TILLARD, El proyecto de Vida de los Religiosos (Madrid 1974) 153.

[5] Sin embargo, no hay en el texto citado ninguna alusión a los maridos separados que permita fundamentar esta hipótesis. Además, en el texto la condición de «eunucos» es entendida como un don de Dios, no como un deber: y sería un deber si se estuviese hablando de maridos separados, que no pueden volver a contraer otro matrimonio.

[6] L’appel du riche. Contribution à l’étude des fondaments scripturaires de l’état religieux (Paris 1966).

[7] El radicalismo evangélico. Retorno a las fuentes de la vida cristiana (Madrid 1980) 267.

[8] El radicalismo evangélico, 259.

[9] El radicalismo evangélico, 91.

[10] El radicalismo evangélico, 256.

[11] El radicalismo evangélico, 265.

[12] Vocación universal a la santidad y superioridad de la vida religiosa en los capítulos V y VI de la constitución «Lumen gentium», Claretianum 19 (1979) 46-90.

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