«El único mediador»
Pues hay un solo Dios, y un solo Mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús (1Tim 2, 5).
Lo es en su ser: porque junta en su persona los dos extremos de la mediación: Dios y el hombre.
Lo es en sus funciones: porque nadie como él dio a los hombres cosas tan divinas, ni nadie ha dado a Dios cosas tan profundas y universalmente humanas. Por él, Dios se entrega al hombre y el hombre se entrega a Dios.
Él desempeñó todos los oficios sacerdotales, en efecto, «el sacerdote -dice el Pontifical Romanodebe ofrecer, bendecir, presidir, predicar y bautizar».[1] Pero la principal función del sacerdote es la oblación, el offerre, el sacrificio. Por eso todas las funciones sacerdotales convergen en el altar o derivan de él: Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados (Heb 5, 1). Su oficio principal fue hacer la oblación de su Cuerpo y Sangre, ofrecer sacramentalmente el sacrificio de la cruz.
De ahí que decía Bossuet: «Nada hay en el mundo más grande que Jesucristo, y nada hay en Jesucristo más grande que Su Sacrificio».[2]
Cuatro son las características del Sacrificio de Cristo:
- Ofrece el sacrificio de sí mismo;
- es un sacrificio único;
- es un sacrificio definitivo; y
- es un sacrificio eterno.
1. Cristo ofreció el sacrificio de sí mismo
Seipsum offerendo; no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados propios como aquellos sumos sacerdotes, luego por los del pueblo: y esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo (Heb 7, 27). Un día Cristo dijo: Ecce venio (Heb 10, 7) sé que es imposible borrar los pecados con la sangre de toros y machos cabríos… me has dado un cuerpo; aquí lo tienes, haz en él tu voluntad… que por la muerte de este cuerpo se borren los pecados del mundo, que no se borrarán sin la muerte de este cuerpo.[3] Por eso, al entrar en este mundo, dice: sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo (Heb 10, 5).
Toda su vida tiende a la cruz; cuando llegó la hora, su sacrificio tuvo las tres condiciones que se requieren para que un sacrificio sea real y eficaz:
- La dedicación o santificación de la víctima a Dios;
- la oblación u ofrecimiento voluntario;
- la aceptación por parte de Dios.
a. La dedicación o santificación de la víctima a Dios
Es el hecho de consagrarla, de apartarla de usos profanos. Los antiguos pronunciaban sobre la víctima: sacer esto («sé cosa sagrada»), apartándola por un acto de la voluntad sacerdotal del destino común de las demás cosas y dedicándola a Dios, como diciendo:
«Por un acto de mi voluntad te aparto de las demás cosas y te dedico a Dios». De ahí, según algunos, se deriva el nombre de sacerdote: «El que hace las cosas sagradas». (Antes de la consagración del pan y del vino, el sacerdote extiende sobre ellos sus manos en señal de dedicación sacrificial).
En primer lugar, Jesucristo fue la víctima divina consagrada a la inmolación por el Padre celestial que lo santificó: el Padre lo ha santificado al enviarlo al mundo como víctima propiciatoria por nuestros pecados (Jn 10, 36).
En segundo lugar, se santificó a sí mismo: por ellos me santifico (Jn 17, 19). Me hago «sacer esto», para que nosotros fuésemos santificados por su muerte en cruz.
b. La oblación voluntaria o libertad sacerdotal
Jesús fue dueño absoluto de su vida, que con libertad sacerdotal ofrecía para volverla a tomar, y por eso el Padre lo ama: el Padre me ama, porque doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, soy yo quien la doy de mí mismo. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla (Jn 10, 17-18). Muchos teólogos, entre ellos San Agustín, aplican a la inmolación de la cruz, en especial a la gran voz (Mt 27, 50; Mc 15, 37; Lc 23, 46) las siguientes palabras: ofreció con gran clamor y lágrimas el sacrificio de sí mismo, y fue oído por su reverencia (Heb 5, 7). Otros las refieren a las congojas de Getsemaní, que para el caso, es lo mismo.
c. La aceptación por parte de Dios
La Víctima era santísima: nada menos que el Hijo Único de Dios. El sacerdote que la ofrecía era santo, inocente, inmaculado… más alto que los cielos (Heb 7, 26). ¿Cómo no lo iba a aceptar el Padre, si lo había preparado?
De manera especial, sabemos que el Sacrificio de Cristo fue agradable al Padre, porque entró en el santuario de los Cielos: Cristo, constituido Pontífice de los bienes futuros y penetrando en un Santuario mejor y más perfecto… por su propia Sangre, entró una vez para siempre en el santuario realizando la redención eterna (Heb 9, 11-12).
2. Es una oblación, un sacrificio único
No se da otra oblación en la historia, ni se dará otra que tenga los caracteres específicos de la cruz. Fue único en su objeto, único en su forma interna, único en su eficacia, único en su forma externa, único numéricamente.
a. Único en su objeto
Porque en todo otro culto los sacerdotes suben al altar para ofrecer víctimas ajenas a sí mismos. En cambio, Jesucristo es el único que se ofrece a sí mismo, tanto en el ara de la cruz, como en el ara del altar: Yo soy el buen pastor… doy mi vida por las ovejas (Jn 10, 14-15). Jesús es: el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29).
Su Cuerpo roto manifiesta un cuerpo «puesto sobre la cruz, ara del mundo» (como lo llama San León Magno: «Crux non templi ara, sed mundi»).[4] Cristo es, a su vez, oferente y ofrenda, sacerdote y oblación, altar y víctima. Como dice San Agustín: «Cristo es, al mismo tiempo, sacerdote, oferente y oblación».[5] ¡Es una novedad inaudita!
En todos los otros sacrificios, el sacerdote es distinto de la víctima, que es la que sustituye a los pecadores. Aquí, es el Sacerdote quien sustituye a los pecadores, porque es, al mismo tiempo, Víctima que se ofrece en sacrificio por ellos.
b. Único en la forma
No maneja él el instrumento que provoca la muerte, sino sus verdugos. Su arma sacerdotal es el amor, verdadero sacerdote que le inmola. Como dice un himno de Pascua: Amor sacerdos inmolat. Por amor fue el Señor a la Pasión. Por amor padeció por mí. Por amor pagó por mí. Por amor murió por mí: me amó y se entregó por mí (Ga 2, 20).
c. Único en su eficacia
Los sacrificios del Antiguo Testamento eran ineficaces: se ofrecían sacrificios y oblaciones que no eran eficaces (Heb 9, 9), por ser imposible que la sangre de toros y de los machos cabríos borre los pecados.[6] El sumo sacerdote seguía teniendo manchada la conciencia por el pecado, porque las hecatombes inmensas de víctimas sacrificadas no eran eficaces para hacer perfecto en la conciencia, al que ministraba (Heb 9, 9). Por eso Cristo abrogó el sacerdocio levítico, los antiguos sacrificios, la ley mosaica, la antigua Alianza, a causa de su ineficacia e inutilidad, pues la Ley no llevó nada a la perfección, sino que fue sólo una introducción a una esperanza mejor (Heb 7, 18-19).
Por el contrario, Jesucristo ofrece un sacrificio eficacísimo y sobreabundante: donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Ro 5, 20). Tenemos, pues, por la fuerza de la Sangre de Cristo, firme confianza de entrar en el Santuario que Él nos abrió como camino nuevo y
vivo a través de su carne (Heb 10, 19-20).
d. Único en la forma externa
Los sacrificios suelen ofrecerse en los templos. Cristo fuera del templo y fuera de la ciudad: fuera del campamento (Heb 13, 13). Ningún sacrificio aparece como castigo de un crimen de la víctima sacrificada: Cristo aparece como un ajusticiado que paga con la muerte sus propias culpas. Y sin embargo, era la Víctima sin mancha de pecado, que cargaba sobre sí los pecados del mundo entero, y que era, al mismo tiempo, Sumo y Eterno Sacerdote.
e. Único con unicidad numérica
Porque Jesucristo no necesita, como los pontífices, ofrecer cada día víctimas… esto lo hizo una sola vez (Heb 7, 27). En otras religiones se renuevan las víctimas sobre el altar; en el Antiguo Testamento los sacrificios se reproducían sin cesar; Jesucristo, Sacerdote y Víctima, dijo: He aquí que vengo para hacer tu voluntad… En virtud de esa voluntad somos nosotros santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez… con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados (Heb 10, 9-10.14).
La Misa no multiplica el único Sacrificio de Cristo. Las que se multiplican son las distintas presencias del único Sacrificio.
3. Es un sacrificio definitivo
Las razones principales son cuatro:
- Destruyó el pecado;
- alcanzó su fin;
- realiza una Alianza eterna, y
- podemos unirnos de hecho a Dios.
a. Es definitivo porque destruyó el pecado
Sólo el Sacrificio definitivo de Cristo hizo que el pecado dejase de ser definitivo: después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos, se aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado, a los que le esperan para su salvación (Heb 9, 28). Ello es así porque Cristo borró el pecado definitivamente para los que se aprovechan de su redención.
b. Es definitivo porque alcanzó su fin
Antes de Jesús, los pecadores quedaban en el mismo estado. Todos los años debía repetir la imponente ceremonia el sumo sacerdote, en el día de la expiación.[7] No pasó así con Jesús: Pues no penetró Cristo en un santuario hecho por mano de hombre, en una reproducción del verdadero, sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro, y no para ofrecerse a sí mismo repetidas veces, al modo como el Sumo Sacerdote entra cada año en el santuario con sangre ajena (Heb 9, 24-25). Si con un solo sacrificio no hubiera acabado Cristo con el reino del pecado, tendría que haber sufrido muchas veces: Para ello habría tenido que sufrir muchas veces desde la creación del mundo. Sino que se ha manifestado ahora una sola vez, en la plenitud de los tiempos, para la destrucción del pecado mediante su sacrificio. Y del mismo modo que está establecido que los hombres mueran una sola vez y luego el juicio, así también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez para quitar los pecados de la multitud, se aparecerá por segunda vez, sin relación ya con el pecado a los que le esperan para su salvación. (Heb 9, 26-28). Logró su objeto e hizo superfluo todo esfuerzo ulterior.
c. Es definitivo porque realiza una Alianza eterna
Es la Nueva Alianza o Nuevo Testamento. No habrá otra Alianza, como no habrá otro Sacerdocio, como no habrá otro Sacrificio, como no habrá otra Ley, como no habrá otra Revelación. Es lo que había anunciado el profeta Jeremías: concertaré… una nueva Alianza, no como la Alianza que hice con sus padres… (Heb 8, 8-9; Jr 31, 32). La Nueva Alianza abroga la Antigua Alianza: Al decir «una nueva Alianza» declara envejecida la primera. Ahora bien, lo que envejece y se hace anticuado está a punto de desaparecer (Heb 8, 13).
Horas antes, en la anticipación incruenta del Sacrificio definitivo, el autor de la Nueva Alianza ponía su Sangre sacramental en el cáliz, diciendo: Este cáliz es la Nueva Alianza en mi Sangre, que es derramada por vosotros (Lc 22, 20).
d. Es definitivo porque los hombres son definitivamente incorporados a Dios
Esa es la realidad. Por el Sacrificio de nuestro Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo, definitivamente hemos sido incorporados al Pueblo de Dios Padre, constituidos miembros del cuerpo místico de Cristo, hechos templos del Espíritu Santo. Esta intimidad con Dios, este intercambio entre el Creador y la criatura,[8] es posible por el Mediador entre Dios y los hombres, al sellar con su sangre la Nueva Alianza: Esta será la Alianza que yo haré… Imprimiré mis leyes en su mente, y las escribiré en sus corazones. Y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo… todos me conocerán… y de sus pecados jamás me acordaré (Heb 8, 10-12; Jr 31, 31-34). Fuimos hechos miembros de su Cuerpo.
4. Es un sacrificio eterno
El Sacrificio de Cristo es eterno porque: …este posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre (Heb 7, 24).
¡Prodigio del amor de Dios! Conservando la unidad de su sacrificio sin desmentir el «apax» (latín: semel = una vez); encuentra la manera de reiterar su oblación sin perder la unidad del sacrificio; de perpetuar el sacrificio en la tierra mientras duren los siglos, sin que deje de ser definitivo. ¡Milagro del amor de Dios, maravillosa síntesis de milagros! ¡Tal la Misa! El mismo Sacerdote que sacrifica, por poderes comunicados a sus sacerdotes ministeriales incorporados a su sacerdocio eterno; el mismo Sacrificio; la misma Víctima con su mismo Cuerpo y su misma Sangre; la misma acción esencial, que es la misma Oblación.
Todo es igual, salvo la forma de la ofrenda en especie ajena, o sea, incruenta.
Como el Cuerpo de Cristo ofrecido en muchos lugares es un solo cuerpo, no muchos cuerpos, así el sacrificio ofrecido en muchos lugares, es un solo sacrificio, no muchos sacrificios.[9]
Sacrificio eterno, porque, consagrado sacerdote por la encarnación, Cristo ofrecerá eternamente al Padre -aún luego del fin del mundo su sacrificio de adoración y de acción de gracias.
Es la «Víctima viva e inmortal».[10]
En el Cielo celebra sus pontificales eternos este sacerdote eterno, según el orden de Melquisedec, sacerdote universal y perdurable, que ofreció un sacrificio único, definitivo y eterno. ¡A prolongar esto nos llama!
Allí se celebra la Fiesta Eterna de este Sacerdote y Mediador único. Y cantan un cántico nuevo diciendo: Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu Sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes, y reinan sobre la tierra. Y en la visión oí la voz de una multitud de Ángeles alrededor del trono, de los vivientes y de los ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares; y decían con fuerte voz: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos (Ap 5,9-13).
[1] Pont. Rom. in Ordin. Praesb; cit. por I. GOMÁ, Jesucristo Redentor (Barcelona 1933) 185.
[2] J. BOSSUET, Reflexiones sobre la agonía de Jesucristo; cit. por I. GOMÁ, Jesucristo Redentor (Barcelona 1933) 188.
[3] Cfr. Heb 10, 5.
[4] SAN LEÓN MAGNO, Tract. septem et nonaginta; PL 1657, SL 138-138ª, recensio alpha, tract.: 59, linea: 131.
[5] La Ciudad de Dios, 10, 20.
[6] Cfr. Heb 10, 4.
[7] Cfr. Lv 16.
[8] Cfr. Heb 8, 10-12.
[9] Cfr. Ro 12, 5.
[10] SAN JUAN DAMASCENO, In Dominic. Pascha; cit. por I. GOMÁ, Jesucristo Redentor (Barcelona 1933) 200.