La «hora» de Cristo

[1]

I

El acto supremo por el cual Jesucristo funda un universo de redención muriendo en la cruz, lo llama su «Hora». Toda su vida está dominada por la idea de su Hora: la Hora de su Pasión y la Hora de su vuelta al Padre.

En Caná dijo: mi hora no ha llegado todavía (Jn 2, 4). Si la adelanta por pedido de la Virgen, sabe que adelanta la Hora de su muerte. Su «Hora» no depende de los hombres sino de la voluntad del Padre: querían pues detenerle, pero nadie le echó mano pues no había llegado aún su hora (Jn 7, 30); y nadie le prendió porque aún no le había llegado su hora (Jn 8, 20). Su «Hora» señala el paso de Jesús por la muerte, a la gloria a donde llevará a todos los suyos: Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. En verdad, en verdad, os digo: si el grano de trigo arrojado en tierra no muere, se queda solo; mas si muere, produce fruto abundante; Ahora mi alma está turbada: ¿y qué diré? ¿Padre, presérvame de esta hora? ¡Mas precisamente para eso he llegado a esta hora! (Jn 12, 23-24.27). Es la «Hora» de la glorificación: levantando sus ojos al cielo, dijo: Padre, la hora es llegada; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti; -conforme al Señorío que le diste sobre todo el género humano dando vida eterna a todos los que Tú le has dado (Jn 17, 1-2). Es la «Hora» del tránsito al Padre: Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin (Jn 13, 1).

II

Jesús conocía de antemano esa hora: cuando Jesús terminó todas estas palabras, dijo a sus discípulos: Sabéis que dentro de dos días se celebra la Pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado (Mt 26, 1-2). Conoce todas sus circunstancias. Esta «Hora» le preocupa. Colorea con su misterio el silencio de la vida oculta y los distintos pasos de su vida pública. Está presente en la Encarnación del Verbo: Porque es imposible que la sangre de toros y de machos cabríos quite los pecados. Por lo cual, al entrar Él en el mundo, dice: sacrificio y ofrenda no has querido, pero un cuerpo has preparado para mí, en holocaustos y sacrificios por el pecado no te has complacido. Entonces dije: «He aquí, yo he venido -pues de mí está escrito en el rollo del libro para hacer, oh Dios, tu voluntad». Habiendo dicho arriba: sacrificios y ofrendas y holocaustos, y sacrificios por el pecado no has querido, ni en ellos te has complacido -cosas todas ofrecidas conforme a la ley-, entonces dijo: «He aquí… he venido para hacer tu voluntad»…. Él quita lo primero para establecer lo segundo (Heb 10, 4-9).

III

Esta «Hora» resume toda su vida temporal. Todos los actos de su vida -que tenían valor infinito eran ofrecidos como una parte del todo que la Pasión debía completar. Resume, además, toda la historia del mundo y todo su futuro: su «Hora» era recapitular los cielos y la tierra. Dice San Ireneo: «…estas cosas no serían rescatadas si no se hubiesen salvado; y el Señor no hubiese podido recapitular todas las cosas en Sí, si no se hubiese encarnado para salvar en Sí mismo aquello que había perecido».[2]

cruz del Señor y en su Pasión donde han sido recapituladas todas las cosas; todas las cosas han sido abrazadas por esta recapitulación».[3]

IV

Su «Hora» se proyecta sobre la Resurrección y la Ascensión; su muerte contenía la Resurrección. Su sufrimiento la felicidad. Su derrota una victoria inmarcesible.

La «Hora» de Cristo es la Hora solemne del mundo. Está enmarcada en el tiempo -el 14 de Nissan del 33, según nuestro cómputo, de 12 a 15 hs-, pero domina todos los tiempos. La cruz abraza todo el pasado y todo el futuro, salva los tiempos anteriores por anticipación… Salva los tiempos posteriores por aplicación o derivación: todas las gracias de la Nueva Ley brotan de la cruz: Sin efusión de sangre no hay redención (Heb 9, 22).

El sacerdote es el que actualiza la «hora» de Jesús; es el que hace dar las «Horas» al reloj de Jesús. Es él cuando predica, bautiza, confiesa, celebra la Santa Misa, porque el sacrificio de la cruz es ofrecido de una vez para siempre, pero para ser actualizado sin cesar. Digamos que su trabajo es hacer que lleguen a los hombres de cada generación los frutos del sacrificio de la cruz. Cristo quiere que la Iglesia -la de ayer, la de hoy, la de mañana-, se enraice en Él, en su sacrificio.

Al pie de la cruz estaban la Virgen María y San Juan, representando a la Iglesia; a su ofrenda teándrica infinita, Cristo añade la ofrenda creada finita. La participación de la oblación a la vez litúrgica, sacrificial y amorosa de Cristo se realiza entonces por un contacto inmediato (sin que se recurra a signos sacramentales, ni al rito incruento). Esto fue pasajero. Es una presencia de contemporaneidad (está excluida para nosotros).

Pero hay otra manera de participar plenamente del drama Redentor de forma permanente. Es cuando se nos ofrece el Sacrificio cruento en la envoltura del Sacrificio incruento de la Misa. Es nuestro privilegio. Es una presencia de contacto espiritual. Nada se opone a que esta presencia llegue hasta nosotros. El rayo de la cruz sangrienta -por obra de los sacerdotes se desplaza con el sucederse de las generaciones para venir en cada Misa a penetrarnos en nuestro propio tiempo. Nos hace adherirnos y penetrar en el misterio redentor; nos hace descubrir nuestro lugar en él; nos hace unirnos actualmente a la ofrenda de Cristo y suplicar con él; nos abre las gracias con que él desea colmarnos.

Cristo quiso que la cruz -que el sacrificio de la cruz no fuese para nosotros un acontecimiento distante, sino presente, y que fuese como transportada sobre el río de los tiempos.

La Pasión de Cristo, por poder espiritual de la divinidad que le está unida, ejerce su influencia por contacto espiritual -dice Santo Tomás es decir, por la fe y los sacramentos mediante la fe en su Sangre (Ro 3, 25). En otra parte: «La virtud -el poder de la Pasión nos viene por la fe y los sacramentos… La continuidad por la fe supone un simple acto del alma; la continuidad de los sacramentos supone el uso de las cosas exteriores».[4]


[1] Cfr. CHARLES JOURNET, La Misa, presencia del sacrificio de la cruz (Bilbao 1962) 26-31.

[2] SAN IRENEO, Adversus haereses, 1, V, 14, 1; PG VII.

[3] Comm. Ad Ephes., I, 10; PL XXVI.

[4] SANTO TOMAS DE AQUINO, STh, III, 62, 6.

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