In Persona Christi Et In Persona Ecclesiae

Me referiré a la relación existente entre el obrar sacerdotal in persona Christi e in persona Ecclesiae; aspectos ambos que, lejos de oponerse, se complementan mutuamente, pero no deben confundirse.

1- In persona Christi

Muchos sinónimos se usan para expresar esta realidad que configura al sacerdote por el carácter recibido en la ordenación; así: vicem Dei, vicem Christi, in persona Dei, gerit personam Christi, in nomine Christi, representando a Cristo, personificando a Cristo, representación sacramental de Cristo Cabeza, etc.

La actuación del sacerdote in persona Christi es muy singular. Específicamente la podemos ver en la consagración de la Misa. Ya hemos dicho que la Eucaristía difiere de los demás sacramentos en dos aspectos:

  • En que se hace consagrando la materia de pan y vino, mientras que los otros sacramentos se hacen usando de materia ya consagrada: agua, óleo, imposición de manos, etc.;
  • La consagración de la materia de los demás sacramentos es una bendición; mientras que la consagración del pan y del vino es una milagrosa conversión de la sustancia, que sólo Dios puede realizar. Por eso el sacerdote al hacer la Eucaristía no tiene otra acción que decir las palabras.

Como también hemos notado, así como las formas de los sa- cramentos deben ajustarse a la realidad, la forma de la Eucaristía difiere de los demás sacramentos en dos cosas:

  • Porque las formas de los demás sacramentos significan el uso de la materia, como en el bautismo, la confirmación, etc.; por el contrario, la forma de la Eucaristía significa la consagración de la materia que consiste en la transustanciación, por eso se dice: «Es- to es mi cuerpo», «Este es el cáliz de mi sangre».[1]
  • Las formas de los otros sacramentos se dicen en la persona del ministro («ex persona ministri»), como quien realiza una acción: «Yo te bautizo…», «Yo te absuelvo…»; o, en la confirmación y en la unción de los enfermos, en forma deprecativa: «N.N., recibe por esta señal el don del Espíritu Santo», «Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia…», etc. Por el contrario la forma del sacramento de la Eucaristía se profiere en la persona de Cristo que habla, ex persona ipsius Christi loquentis, dando a entender que el sacerdote ministerial no hace otra cosa más que decir las palabras de Cristo en la confección de la Eucaristía.[2] Por eso decía San Ambrosio: «La consagración se hace con palabras y frases del Señor Jesús. Las restantes palabras que se profieren alaban a Dios, ruegan por el pueblo, por los reyes, por todos. Cuando el sacerdo- te se pone a consagrar el venerable sacramento, ya no usa sus palabras, sino las de Cristo. La palabra de Cristo, en consecuencia, hace el sacramento».[3]

Hay que aclarar que como todos los sacramentos son acciones de Cristo, algunos dicen que el sacerdote en todos ellos obra in persona Christi, pero eso sólo se puede decir en sentido lato. De hecho, el ministro del bautismo válido y lícito, puede ser un laico, una mujer, un no bautizado; y los ministros del sacramento del matrimonio, válido y lícito, son los mismos cónyuges; y ninguno de los ministros mencionados de estos sacramentos tiene el carácter que les da el poder de obrar in persona Christi. Por otra parte, la concelebración eucarística se justifica desde el actuar de los concelebrantes in persona Christi. Al respecto dice Santo Tomás respondiendo a la objeción de que sería superfluo que lo que puede hacer uno lo hicieran muchos: «Si cada sacerdote actuara con virtud propia, sobrarían los demás celebrantes; cada uno tendría virtud suficiente. Pero, como el sacerdote consagra en persona de Cristo y muchos son uno en Cristo (Ga 3, 28), de ahí que no importe si el sacramento es consagrado por uno o por muchos».[4] Y no hay, propiamente, concelebración en los otros sacramentos.

Además, más adelante, agrega Santo Tomás refiriéndose al sacramento sacrificio: «…este sacramento es de tanta dignidad, que se hace en la persona de Cristo. Todo el que obra en persona de otro debe hacerlo por la potestad que le han conferido. Cristo, cuando se ordena el sacerdote, le da poder para consagrar este sacramento en persona de Cristo. Así pone a este sacerdote en el grado de aquellos a quienes dijo: “Haced esto en conmemoración mía”».[5] Es propio del sacerdote confeccionar este sacramento.[6] Y esto es absolutamente necesario para que el sacrificio de la Misa sea el mismo sacrificio de la cruz: no sólo es necesaria la misma Víctima, también es necesario el mismo Sacerdote y numérica- mente el mismo único Acto interior oblativo. Sólo así se tiene sustancialmente el mismo sacrificio.

De tal modo, entonces, que sólo el sacerdote ministerial puede obrar in persona Christi, ya que Cristo es el verdadero Sacerdote principal en la Misa. Decía Pío XII: «El oficio propio y principal del sacerdote siempre fue y es el “sacrificar”. Por esto el sacerdote celebrante, actuando en persona de Cristo, sacrifica, y él solo; no el pueblo, no los clérigos, ni siquiera los sacerdotes que pía y religiosamente sirven al liturgo».[7]

Un teólogo contemporáneo se opone a una consecuencia que saca Santo Tomás de esta doctrina. Dice así: «Tomás de Aquino sostiene que un sacerdote que pronunciara solamente las palabras “esto es mi cuerpo” consagraría el pan a condición de tener la intención de realizar el sacramento… tesis… que negamos sin la menor ambigüedad… No se niega que el sacerdote haya recibido, mediante su ordenación, un “poder”, el poder celebrar la eucaristía y, por consiguiente, el de consagrar. Sólo puede hacerlo él, señalan la tradición oriental y latina. Pero esto no significa que pueda hacerlo (permaneciendo) solo. Consagra no tanto en virtud de un poder inherente a él y del que sería dueño, sino en virtud de la gracia que implora y que es hecha, incluso asegurada, a la Iglesia a través de él».[8]

Asombra descubrir que el célebre dominico no se diera cuenta que su co-hermano de religión lo haya refutado siete siglos antes:

«Afirmaron algunos que el sacramento no se puede consagrar con las palabras dichas (de la forma), calladas las demás, principalmente las del canon de la Misa. Pero esto es evidentemente falso (sed hoc patet esse falsum), ya por las palabras de San Ambrosio aducidas, ya porque el canon de la misa no es el mismo en todas partes ni lo fue en todo tiempo, sino que fueron añadidas las distintas cosas por distintos individuos. Por lo cual hay que decir que, si el sacer dote dijera sólo las palabras referidas con intención de hacer sacramento, consagraría, porque la intención haría que se entendieran como dichas en la persona de Cristo, aunque no recitase las que preceden. Sin embargo, pecaría gravemente por no observar el rito de la Iglesia».[9]

El no valorar correctamente la realidad del carácter sacerdotal que habilita para actuar in persona Christi debilita el sentido de identidad sacerdotal, y no se ve cómo los ordenados que se vuelven herejes, cismáticos o excomulgados consagran válidamente – aunque ilícitamente-,[10] al igual que el por qué el sacerdote pecador consagra válidamente, ya que, de esa manera, se le quita el fundamento al poder obrar in persona Ecclesiae.

2. In persona Ecclesiae

El Concilio Vaticano II nos enseña: «Por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión del sacrificio de Cristo, Mediador único, que se ofrece por sus manos, en nombre de toda la Iglesia, incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que venga el mismo Señor. A este sacrificio se ordena y en él culmina el ministerio de los presbíteros. Porque su servicio, que comienza con el mensaje del Evangelio, saca su fuerza y poder del sacrificio de Cristo y busca que “todo el pueblo redimido, es decir, la congregación y sociedad de los santos, ofrezca a Dios un sacrificio universal por medio del Gran Sacerdote, que se ofreció a sí mismo por nosotros en la pasión para que fuéramos el cuerpo de tal sublime cabeza”[11]».[12] Y más adelante, refiriéndose al rezo de la Liturgia de las Horas dice que el sacerdote lo hace en nombre de toda la humanidad: «En el rezo del Oficio divino prestan su voz a la Iglesia, que persevera en la oración, en nombre de todo el género humano (nomine totius generis humani), juntamente con Cristo que vive siempre para interceder por nosotros (Heb 7, 25)».[13] Y ello es así, porque todos los hombres son miembros de Cristo y de la Iglesia, en acto o en potencia.[14]

Algunos, por la misma razón de infravalorar esta doctrina, pa- reciera que univocan y confunden el personificar a Cristo y el personificar a la Iglesia. Ambas realidades no son unívocas. El sacerdote obra in persona Ecclesiae en toda la Misa. Pero en la consagración, allí, y sólo allí, en sentido estricto, obra in persona Christi. El sacerdote obra in persona Ecclesiae en el rezo de la Liturgia de las Horas y, también, los religiosos laicos. Y los laicos no religiosos en ocasiones determinadas, como personas privadas.

Claro que tampoco, de ninguna manera, se oponen; por el contrario, se ordenan admirablemente. Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «El sacerdocio ministerial no tiene solamente por tarea representar a Cristo -Cabeza de la Iglesia- ante la asamblea de los fieles, actúa también en nombre de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico.

«“En nombre de toda la Iglesia”, expresión que no quiere decir que los sacerdotes sean los delegados de la comunidad. La oración y la ofrenda de la Iglesia son inseparables de la oración y la ofrenda de Cristo, su Cabeza. Se trata siempre del culto de Cristo en y por su Iglesia. Es toda la Iglesia, Cuerpo de Cristo, la que ora y se ofrece, “per Ipsum et cum Ipso et in Ipso”, (por Él, con Él y en Él), en la unidad del Espíritu Santo, a Dios Padre. Todo el cuerpo, “caput et membra”, (cabeza y miembros), ora y se ofrece, y por eso quienes, en este cuerpo, son específicamente sus ministros, son llama- dos ministros no sólo de Cristo, sino también de la Iglesia. El sacerdocio ministerial puede representar a la Iglesia porque repre- senta a Cristo».[15]

De ahí que, en algún aspecto, me parece un poco simplista hablar de la siguiente manera: «El sacerdote es representativo según esta realidad orgánica con sus dos aspectos. Es representativo de Cristo, sacerdote soberano, y actúa in persona Christi; es representativo de la Ecclesia, de la comunidad de los cristianos y actúa in persona Ecclesiae. No se puede aislar un aspecto de otro; están el uno en el otro. Si se insiste en el elemento cristológico como se ha hecho en occidente, se situará el “in persona Ecclesiae” en el “in persona Christi”, que será el fundamento o razón de ella. Es lo que hace la Mediator Dei.[16] Si se valora el aspecto pneumatológico, como hace la tradición oriental, se percibirá mejor la inserción del “in persona Christi” en el “in persona Ecclesiae”».[17]

Todos los sacramentos, que son primariamente acciones de Cristo, son también acciones de la Iglesia, porque Ella es quien los realiza por medio de sus ministros, que son designados y admitidos por Ella. De allí que los sacerdotes tengan cierta «vicariedad» y obran in persona Ecclesiae, ya que se deben someter a la intención de la Iglesia y deben tener la intención de hacer lo que hace la Iglesia.[18] Por eso, el sacerdote «obra en persona de la Iglesia ente- ra, de quien él es ministro».[19]

Tampoco compartimos la opinión del teólogo B. D. Marlian- geas que critica a Santo Tomás diciendo que está fuertemente

acentuado en él el papel del sacerdote, y queda en la sombra la condición del laico a partir de su bautismo y del carácter bautis- mal.[20] Pareciera que ignora las seis cuestiones del Tratado del Bautismo, en la tercera parte de la Suma Teológica, y que, particularmente, se olvidó de los seis artículos de la cuestión sesenta y tres, de la cuestión sesenta y nueve con sus diez artículos y las ciento ochenta y nueve cuestiones de la secunda secundae. Tratar de debilitar las intuiciones centrales de Santo Tomás, sólo lleva al debilitamiento de la fe y es una de las causales de las crisis de las vocaciones y de las crisis vocacionales.

Ante la maravilla del orden sacramental, ¿cómo no darse cuenta que sólo la inteligencia infinita de Dios pudo concebir tal perfección? ¿Cómo no darse cuenta que sólo su voluntad todopoderosa puede hacer eficaz que «accedit verbum ad elementum, et fit sacra- mentum»?[21]

¿Puede ser que alguien pudiese llegar a pensar que el sólo obrar in persona Christi y obrar in persona Ecclesiae es incapaz de llenar plenamente toda una vida?


[1] MISAL ROMANO, Plegaria eucarística (todas).

[2] Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, STh, III, 78, 1.

[3] SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Sacramentis, 4, 4.

[4] SANTO TOMÁS DE AQUINO, STh, III, 82, 2, ad2.

[5] SANTO TOMÁS DE AQUINO, STh III, 82, 2 agrega: «El sacerdote entra a formar parte

del grupo de aquellos que en la Cena recibieron del Señor el poder de consagrar».

[6] Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, STh, III, 82, 1.

[7] «Alocución del 2 de noviembre de 1954»; cit. M. NICOLAU, Ministros de Cristo (Madrid 1971) 323.

[8] Y. CONGAR, El Espíritu Santo (Barcelona 1991) 667-668.

[9] SANTO TOMÁS DE AQUINO, STh, III, 78, 1, ad4.

[10] Cfr. I CONCILIO DE NICEA, DS 55; SAN ATANASIO II, DS 169; SAN GREGORIO MAGNO, DS 249; cfr. DS 358.1087.

[11] SAN AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, 10, 6.

[12] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 2.

[13] CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros «Presbyterorum Ordinis», 13.

[14] Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, STh, III, 8, 3.

[15] Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1552.1553.

[16] Cfr. Pío XII, Carta encíclica «Mediator Dei» (20 de noviembre de 1947) 12.

[17] Cfr. MISAL ROMANO, Plegaria eucarística (todas).

[18] DS 854.

[19] SANTO TOMÁS DE AQUINO, STh, III, 64, 8, ad2; 9, ad1.

[20] B.D. MARLIANGEAS, Clés pour une Théologie du Ministere (París 1978) 228-229.

[21] SAN AGUSTÍN, Super Io., 13: «Se une la palabra al elemento, y se produce el sacramento».

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